Coronando la cima del monte,
miraba atrás,
nada quedaba ya,
el fuego lo consumió todo.
Sólo el humo era la presencia absoluta,
elevándose irremediablemente,
buscando quién sabe qué libertad añorada.
Todas las posesiones quedaron dentro del viejo hogar.
Los recuerdos acumulados por largos años de vivencias se desvanecieron.
Nada quedó a salvo,
todo fue pasto de las llamas.
¿Quién provocó tan pavoroso incendio?
No dejaba de pensarlo mientras ascendía,
no le preocupaba el incierto destino.
Sólo su alma sabía en ese instante hacia dónde dirigir los pasos.
Su mente abatida por el dolor viajaba ajena a la realidad.
Su cuerpo se deslizaba sin tocar siquiera el suelo.
Aún no comprendía,
no podía entender qué pasó,
de qué pesadilla despertó
cuando encontró el fuego y la muerte ante sus ojos.
Nada podía hacer más que marchar,
seguir caminando sin detenerse.
Qué importa que rumbo tomar,
lo crucial era no parar y no volver la vista atrás.
Aun así una última mirada no pudo evitar,
las lágrimas brotaban sin cesar.
Sólo el humo era la presencia absoluta,
elevándose irremediablemente
buscando quién sabe qué libertad añorada.
Y su alma le señaló la senda que tomar
al encuentro de su destino.
Respiró profundamente.
Observó sus pies descalzos tocando la tierra,
alzó la mirada
y prosiguió su camino.
Ángel Hache