Ponencia de Dokusho Villalba: “Vida-muerte, una unidad indisoluble” en la VII
JORNADAS SOBRE ELABORACIÓN DEL DUELO (TALITHA)
23 y 24 de marzo 2012, Albacete
Presentación de Dokusho
Villalba, a cargo de Rosa Valles, secretaria de Talitha
Francisco Villalba es el nombre original del maestro Dokusho, palabra
japonesa que significa “Luz propia”.
Nació hace 56 años en Utrera, un pueblo de Sevilla.
Es un andaluz de pura cepa, como solemos decir; sus abuelos maternos
fueron originarios de Olvera, un pueblo de Cádiz. Su abuelo Rodrigo fue un
líder campesino que perdió la vida luchando por la República, entonces fue
cuando su abuela Josefa decidió viajar hasta Utrera donde dio a luz a María, su
madre, quien se convierte en una joven y conoce a Antonio, el pequeño de cuatro
hijos de un matrimonio de arrieros, Gracia y Francisco, su abuela y abuelo
paterno, de quien lleva su nombre.
Seguramente sus padres María y Antonio, hijos de la postguerra y
jornaleros infatigables, nunca hubiesen podido imaginar que uno de sus hijos,
Francisco, al que con gran esfuerzo habían podido darle la educación que ellos
nunca tuvieron, en un colegio de Salesianos, llegaría a ser un maestro budista
Zen, en lugar de mecánico de coches, como ellos habían pensado. Pero el destino
tenía reservado otro plan para él, y un día mientras estaba cursando segundo
curso de magisterio, asistió por casualidad a una conferencia sobre Budismo
Zen, y quedó tan impresionado que decidió abandonar su tierra natal, para
viajar hasta París y emprender un camino totalmente distinto del que había
llevado hasta entonces.
Allí fue ordenado monje Zen por
el venerable maestro Taisen Deshimaru
Roshi, cuando apenas tenía 22 años. Tras la muerte de su maestro, decidió
marcharse al norte de Japón, donde recibió la Transmisión del Dharma de su
segundo maestro el venerable Shuyu Narita Roshi, en el Templo Budista Todenji
en 1987.
Regresó a España para fundar la Comunidad Budista Soto Zen española que cuenta con centros de
meditación en las principales ciudades españolas, y crea el Templo Budista Luz
Serena, ubicado en el Parque Natural de las Hoces del Cabriel, cerca de
Requena, en Valencia. Allí reside habitualmente junto a los miembros de su
comunidad, entregados a la práctica espiritual y al servicio de la enseñanza
del Budismo Zen, acogiendo a miles de personas, que acuden en busca de
inspiración y paz espiritual.
Viaja por toda España, Europa y América Latina impartiendo seminarios,
conferencias y retiros de meditación Zen, con un estilo de enseñanza sencillo y
coloquial, cautivador y poético. Ha escrito más de 30 obras sobre budismo Zen y
espiritualidad oriental, entre trabajos propios y traducciones de textos
clásicos.
Es padre de un joven apuesto, le apasiona la fotografía y le encanta el
pescaito frito. Hace apenas unos días, participó en una investigación en el
campo de las neurociencias, en la que los expertos afirman que la meditación
zen mejora la salud y puede dar resultados eficaces en patologías psiquiátricas
vinculadas a la depresión, la angustia y los sentimientos de soledad.
Bajo el título “Vida-muerte, una unidad indisoluble”, el maestro
Dokusho nos habla esta mañana del sufrimiento en todas sus dimensiones, de sus
causas, de la conciencia acerca de la vida y la muerte, de la práctica
espiritual como camino de liberación y del Budismo como tradición espiritual
que sustenta la práctica de la meditación Zen.
Ponencia de Dokusho Villalba: “Vida-muerte, una unidad indisoluble”
Buenos días a todos, es un honor para mí estar aquí esta mañana,
invitado por la Asociación Talitha, para compartir con vosotros algunos
aspectos de mi experiencia en la vía del Budismo Zen y para compartir lo que la tradición Zen tenga que decirnos y
que pueda servirnos de inspiración, a la hora de enfrentar el hecho tan radical
como es la pérdida de un ser querido, en particular si se trata de un hijo o de
una hija o de un hermano.
Yo os voy a pedir un minuto de silencio para poder enfocar un poco la
atención en el tema que nos va a ocupar durante este tiempo. Os sugiero que
cerréis los ojos, y os quedéis en una actitud tranquila, de relajación, dejando
fuera todos los problemas que podamos tener en la vida cotidiana, lo que
hayamos hecho antes, lo que pensemos hacer después, y nos concentremos justo en
lo que estamos sintiendo ahora. Es una toma de contacto con vuestro propio
cuerpo, con vuestra respiración, poneros lo más cómodos posible, y en este
minuto de silencio me voy a permitir recitar algunos de los sutras o mantras
que solemos usar en la tradición budista Zen. (Recitación de sutras)
Esta mañana me presento ante vosotros con muchísimo respeto y humildad.
En esta vida podemos encontrarnos con muchas formas de dolor y de
sufrimiento, pero sin lugar a dudas el dolor y el sufrimiento más intenso es el
provocado por la muerte de un hijo o hija. Como padre que soy puedo apenas
intuirlo, y siento que no es fácil mirar de frente esta pérdida sin que algo muy
profundo se desplome dentro de uno mismo.
La Asociación Talitha de la que muchos de ustedes sois miembros está
desempeñando en este sentido una gran labor de ayuda a la elaboración de este
duelo tan especial.
Los múltiples profesionales que van a participar en estas Jornadas y
que lo han hecho en ediciones anteriores, abordan la situación del duelo desde
distintas perspectivas, contribuyendo todos ellos a la necesaria integración
del dolor y del duelo. Mi contribución será compartir con ustedes mi visión y
la enseñanza y la experiencia que he recibido de la tradición budista Zen, que
desde hace más de 2.500 años viene enriqueciendo el proceso del despertar de
las conciencias de los seres humanos, tanto en Oriente como en Occidente.
Un punto importante es entender que la manera de experimentar la vida y
la muerte viene dada por la percepción que tenemos de la Vida y de la Muerte.
Es decir, por lo que pensamos, por lo que creemos que es la Vida y La Muerte.
Esta percepción que cada uno tiene a su vez está condicionada por la
cultura, por la educación, por el sistema social en el que vivimos, dicho de
otra manera, lo que vemos, lo que percibimos depende del punto de vista desde
el que miramos. Este punto de vista desde el que miramos las cosas, el nacimiento,
la vida, la vejez, la enfermedad, la muerte, estos son condicionamientos
psicoemocionales que constituyen lo que podríamos llamar el marco cognitivo o
las gafas coloreadas con las que vemos la realidad.
Las enseñanzas del Budismo Zen, la práctica y la experiencia del
Budismo Zen tiene como fin ayudarnos a transformar estos marcos cognitivos que
muchas veces son rígidos, inconscientes, en gran medida ilusorios, de la misma
manera que es ilusoria una realidad rosácea cuando se mira con gafas teñidas de
rosa. Las enseñanzas del Budismo están destinadas a ayudarnos a quitarnos de
alguna forma las lentes coloreadas con las que percibimos la realidad con el
fin de que podamos despertarnos a la verdadera naturaleza de lo que es la
existencia humana. Es en este sentido, que debe ser entendida mi aportación de
esta mañana.
Para empezar, permitidme que me remonte al origen de la tradición
budista, porque en él vamos a entender ya muchas cosas, no es que pretenda
daros una clase de catecismo budista o de religión budista, no es eso. Es que
necesitamos remontarnos hasta el fundador para poder entender algunos hechos
significativos de su vida que nos ayuden a comprender también la nuestra.
El fundador de la Tradición Budista fue el Buda llamado Shakyamuni, que
vivió alrededor del siglo V antes de la era común. Nació como hijo de rey en el
norte de la actual India. Su madre murió poco después del parto y el joven
Sidharta que así se llamaba como príncipe, fue criado por su tía y por su
padre, el rey. El rey como todo padre estaba muy orgulloso de que su primer
hijo fuera varón y tenía grandes esperanzas puestas en él para que le sucediera
en el trono. Pero poco después de nacer, un sabio ermitaño que vivía en las
montañas, después de haber visto ciertos signos en el cielo, que le hacían
comprender que había nacido un ser muy excepcional, bajó de su retiro y fue a
ver al recién nacido, y cuando estuvo ante él dijo que ese niño era un ser
excepcional y que llegaría a ser un gran líder político, o bien un gran rey, o
bien un gran líder espiritual para la humanidad. Su padre, el rey, no quería
que fuese un líder espiritual, sino que se convirtiera en rey y le sucediera en
el trono. Por ello, tomó una medida drástica e hizo que el hijo estuviera
siempre bajo vigilancia de sus preceptores. Construyó un gran recinto
amurallado en el interior del cual había distintos palacios, jardines, lagos,
con cuatro puertas, y puso vigilantes en todas las puertas para evitar que el
joven no saliera nunca del recinto amurallado, esto era con el fin de que no
entrara en contacto con la vida común de los seres humanos. Es decir, le
construyó una realidad idealizada. Así que dentro del recinto se encerró al
niño y creció sin tener conciencia de lo que era la vida normal de cualquier
ser humano. Allí el joven recibió una educación esmerada, destinada a
convertirle en el futuro rey, creció, alcanzó la edad adulta y se casó con la
princesa de un reino vecino con la que tuvo un hijo. Así que nada perturbaba la
existencia placentera del príncipe heredero. Se dice que su padre ordenó que
todos los sirvientes de palacio fueran jóvenes, hermosos, en buena salud, sin
ningún defecto físico. Las flores marchitas eran apartadas inmediatamente con
el fin de que el príncipe no viera ese aspecto decrépito de la Vida. Incluso el
rey mismo se teñía continuamente el pelo y se cuidaba para evitar que el hijo
viera en él síntomas de envejecimiento.
Pero el joven Sidharta, ya casado y con un hijo sintió curiosidad por
la realidad que se encontraba más allá de las murallas y una noche salió
furtivamente acompañado por su criado. Ahora, debemos reflexionar, ¿en qué
medida nos sentimos identificados con la actitud del padre del príncipe? De
alguna manera esto es algo que nos concierne a todos. Es una historia antigua,
pero es una historia moderna y actual. Muchos padres por deseo de proteger a
sus hijos, le construyen una muralla alrededor, con el fin de que no entren en
contacto con ningún aspecto digamos negativo, o decrépito de la Vida. Es lo que
decimos: “Todos queremos lo mejor para nuestros hijos”. Lo mejor es que estén
en buena salud, que sean fuertes y hermosos, que se alimenten bien, que se
casen con la princesa más bella, tal vez por exceso de celo, tratamos de aislar
a nuestros hijos de lo que es la Vida tal y como es. Pero sea como sea, la Vida
es la Vida, y en un momento u otro, nuestros hijos saltan las murallas que les
hemos construido para su seguridad, para su protección. Tarde o temprano entran
en contacto con los aspectos más crudos de la realidad.
El joven Sidharta, salió la primera noche y se encontró con un anciano
que caminaba, asombrado ante la vista de él, una persona de edad tan avanzada,
porque nunca había visto a nadie tan anciano, le preguntó a su sirviente: “¿Qué
clase de persona es esa? Su espalda está encorvada, su rostro está lleno de
arrugas, su cabello está casi completamente blanco, y casi no puede caminar.
¿Quién es ese hombre tan feo? Y su sirviente le respondió: “es un anciano,
Majestad”. Entonces, el príncipe le dijo: “Pero, ¿qué le ha pasado? ¿Por qué
tiene ese aspecto?” Y su sirviente le contestó: “todas las personas se vuelven
así. La vejez es el destino común de todos los seres humanos. Su majestad algún día será un anciano como éste que vemos”.
Inmediatamente al príncipe se le quitaron las ganas de seguir
explorando el mundo, dio la vuelta y regresó a palacio. Pero otro día, sintió
de nuevo curiosidad y salieron otra vez por otra puerta por la noche mientras
los guardias dormían. En esta ocasión se encontraron con una persona muy enferma.
Al ver esta persona que padecía un debilitamiento extremo, le preguntó a su
criado: “¿Qué clase de persona es esta?” y este le contestó: “es un hombre
enfermo. Ahora su Majestad está joven y sano pero algún día sin lugar a dudas
enfermará también”.
Y otro día salieron por otra puerta y se encontraron con una comitiva
fúnebre. Al ver el muerto que llegaban en la parigüela que llevaban al
crematorio, rodeado de un grupo de personas que daban gritos de dolor y
desconsuelo mientras se dirigían a la hoguera para incinerar el cuerpo,
preguntó: “pero ¿qué es eso?” Y su criado le respondió: “Es un ser humano que
ha muerto, y aunque su Majestad esté ahora vivo, también algún día morirá”. Así
que el príncipe después de haber entrado en contacto con esta realidad de la
Vida, perdió la alegría y sucumbió a un estado de tristeza, melancolía y
desesperanza, al constatar la naturaleza y el destino de la vida humana. Dejó
de comer, dejó de festejar, y se dice que un sabor de cenizas se instaló
permanentemente en la boca. Necesitaba encontrar un camino para resolver esa
gran angustia que se había instalado en su pecho. Así que se decidió a salir en
otra ocasión y enseguida encontró a un asceta errante, un buscador en la
Verdad, un sadú, como se encuentran tantos todavía en la India, que van
vestidos de viento, con un taparrabos, y se entregan a las prácticas
meditativas, apartados de la sociedad. Entonces, el príncipe comprendió que por
ahí podía haber un camino, y al regresar al palacio tomó la decisión de
abandonar a su mujer, a su hijo, a su familia, su estilo de vida y su rango
para buscar el origen del dolor y del sufrimiento que aqueja a la vida humana.
Se fue al bosque y permaneció seis años viviendo como un asceta errante,
estudiando con los mejores maestros de la época, practicó el ascetismo, el
ayuno, hasta tal punto de poner en peligro su vida. Hasta que un día decidió
sentarse inmóvil, en meditación, resuelto a no levantarse hasta no haberse
liberado completamente del dolor y del sufrimiento, hasta no haber comprendido
la raíz del dolor y del sufrimiento de la existencia humana.
Allí estuvo, en la postura de meditación, en un estado de profunda
introspección, siete días, se dice que las arañas tejían sus telas en sus
párpados, hasta tal punto estaba hierático, y que los pájaros anidaban en el
hueco de sus manos, porque parecía un tronco muerto. Al amanecer del séptimo
día, contemplando la estrella del alba, el asceta alcanzó el despertar y se
convirtió en un Buda. Buda es una palabra que significa despierto. Enseguida le
buscaron otros buscadores de la verdad y le pidieron enseñanzas y le
preguntaron a cerca de la Verdad que él había experimentado.
Entonces el Buda Shakyamuni proclamó lo que se conoce como las cuatro
nobles verdades que constituyen el corazón de las enseñanzas budistas y de la
experiencia iluminada del Buda. ¿Cuáles son? La primera verdad es que la
existencia humana siempre viene acompañada de duka, palabra sánscrita que se
traduce como dolor y sufrimiento. Pero que debe ser entendida no solo como
dolor y sufrimiento corporal y emocional, sino también como un pesar, una
angustia existencial, un estado de insatisfacción y de inseguridad. Este estado
no se refiere solamente en los estados desagradables, sino también a los agradables. El Buda enseñó que obtener
lo que se desea produce dolor y sufrimiento, porque cuando se ha conseguido,
surge el miedo a perderlo. Enseñó que no tener lo que se desea produce dolor y
sufrimiento. Enseñó que apegarse a los que se aman produce dolor y sufrimiento,
y que perder a los que se aman produce dolor y sufrimiento. Y enseñó que
incluso obtener gozo, riqueza, felicidad y fortuna genera dolor y sufrimiento,
porque uno siempre vive en la intranquilidad de perder aquello que ha
conseguido. Tenemos que constatar que cuando atravesamos las murallas de la
realidad ideal que nos construimos en nuestra cabeza, nos encontramos
continuamente y de muchas formas con el dolor y el sufrimiento tanto en
nosotros como en los demás.
La experiencia del dolor y el sufrimiento nos unifica y nos hermana a
todos los seres porque sea cual sea nuestro sexo, nuestra raza, nivel social, nuestra religión
o nuestra lengua, todos estamos continuamente sujetos a una forma u otra de
dolor y de sufrimiento.
La segunda noble verdad habla de las causas de duka, que son dos
actitudes emocionales extremas, por un lado el apego ciego, y por otro lado el
odio, aversión o rechazo. Son dos familias de emociones. El Buda descubrió que
la causa última de estos dos estados emocionales es la ignorancia.
La tercera noble verdad es que los seres humanos tenemos la capacidad
de vivir en un estado de pleno gozo interno, llamado suka. En oposición a duka.
Por lo tanto tenemos la facultad de liberarnos del dolor y del sufrimiento
innecesario.
La cuarta noble verdad es que hay un camino para liberarse del dolor y
del sufrimiento, y alcanzar un estado de pleno gozo interno. Este camino
constituye lo que se llama dharma del Buda, camino o enseñanza del Buda, o
budismo.
En el Budismo, se distingue entre dolor y sufrimiento y entender esto
es muy importante. El dolor ya sea físico o emocional es siempre una
experiencia puntual, que tiene lugar debido a causas puntuales. Por ejemplo,
estamos caminando vamos en sandalias, tropezamos con una piedra, nos hacemos
daño en el dedo, sangramos, gritamos, nos duele, y pasamos unas horas o unos
días experimentando el dolor, pero después el cuerpo se regenera y ese dolor
desaparece y no deja huella, como si nunca hubiera existido. Así, el Buda nos
enseñó que hay ciertas formas de dolor que son inevitables en la Vida. Así como
experimentamos placer, experimentamos dolor, porque van juntos.
El sufrimiento es una rumiación mental y emocional de una experiencia
dolorosa, experimentada en el pasado. ¿Entendéis la diferencia? El sufrimiento
aparece en el presente y se cronifica aunque las causas del dolor pasado ya
hayan desaparecido.
Después, la rumiación mental y emocional, es la que recrea
continuamente en la mente la experiencia del dolor pasado dando continuidad en
el presente a un dolor que se cronifica y se perpetua, convirtiéndose en un
sufrimiento mental y emocional continuo que no tiene base real.
Además, en el Budismo se distingue también entre el dolor inevitable
del dolor evitable.
Desde este punto de vista, aunque el dolor
experimental que vivimos debido a la pérdida de un ser querido es inevitable,
el sufrimiento que puede provocar este dolor sí es evitable. Con respecto al
dolor inevitable que forma parte y es inseparable de la Vida, sabemos que todo
lo que nace, muere, siempre, todo lo que empieza, acaba, siempre. No hay nada
que haya empezado y que no acabe nunca, no hay nadie que haya nacido y que no
haya muerto o no vaya a morir nunca, por lo tanto esto es Ley de Vida. La
muerte es ley de vida, una ley de vida inamovible, porque no podemos hacer nada
para evitarlo y reconocer que estos los límites de nuestra existencia y de
aquellos a los que amamos. Esto es muy importante darse cuenta y aceptar que
las cosas son como son, y que nuestra existencia es como es, y que como hemos
nacido, vamos a morir. Y que la condición previa para que alguien muera, es que previamente haya nacido.
Con respecto a la forma de dolor inevitable, no podemos hacer nada más
que aceptarlo y desarrollar la paciencia necesaria para evitar que este dolor
inevitable se convierta en un sufrimiento crónico. Pero vayamos a las causas
del dolor evitable, del dolor inevitable y del sufrimiento. El Buda enseñó que
el apego y su opuesto, el odio, el rechazo, son sus principales causas. Yo
comprendo que puede resultar muy duro para un padre o una madre que ha perdido
a su hijo o a su hija, oír que la causa de su sufrimiento es debida a su apego,
pero así es. Podemos pensar que sentir apego por un ser querido es lo más
natural del mundo, que todo el mundo siente apego por sus seres queridos, que
eso es una norma, es algo normal, común, es cierto, pero amor y apego no son exactamente
lo mismo. En general se identifica el amor con el apego, y en general ni
siquiera sabemos qué es amar sin apego. Pero no es el amor lo que produce el
dolor y el sufrimiento, sino el apego. El apego es decir: “mi hijo, es mío,
forma parte de mí, lo he parido yo, lo he criado yo, lo he alimentado yo”. No
solo nuestros hijos son nuestros, que ni siquiera nosotros mismos somos los
propietarios de nuestra propia existencia. La tradición Zen dice que un ser
humano solo puede estar seguro de dos cosas: una, que vamos a morir, la otra
que no sabemos ni cuándo, ni dónde ni cómo. Esto es segurísimo, lo demás,
absolutamente todo lo demás es incierto. No tenemos ninguna seguridad de que
mañana vamos a seguir vivos, aunque digamos: “yo quiero seguir vivo”, es algo
que no depende de nuestra voluntad. Es un poder que está más allá de nosotros.
Así que aunque nos apeguemos a nuestra propia vida, a nuestro cuerpo, aunque
nos apeguemos a la vida y al cuerpo de aquellos a los que amamos, a los que
estamos apegados, no es ninguna garantía de nada. Amor y apego no es lo mismo,
aunque nos resulte tan difícil separarlos y distinguirlos. El amor es un
sentimiento que libera tanto al que ama como al que es amado, el amor da alas,
da libertad, incluso la libertad de no recibir nada a cambio del amor. El apego
por el contrario, esclaviza, tanto al que lo siente como a la persona que es
objeto del apego. Cuando estamos apegados a alguien, por lo general no le
permitimos Ser tal y como es, porque lo que queremos es que sea como a nosotros
nos conviene que sea. Por lo tanto el apego está imponiendo algún tipo de
condición al otro o a la Vida. El amor no busca nada para sí mientras que el
apego siempre trata de apropiarse y de poseer. El amor da, el apego exige y
espera.
El amor hacia nuestros hijos nos permite ver a nuestros hijos como son
en realidad, son seres distintos a nosotros, diferentes, tienen su propio
destino, han nacido y van a morir en un tiempo que no sabemos cuándo es. Seres
que han tenido su propio nacimiento, distinto del nuestro, seres que han tenido
su propia Vida, distinta a lo que nuestra vida es; son hijos de la Vida de la
misma forma que también nosotros lo somos. Sin embargo, el apego nos hace
identificarnos con nuestros hijos, nos hace verlos como una continuidad de
nosotros mismos, es como si fuera un “yo” en pequeñito, o un nuevo “yo” que
está creciendo. Y de alguna forma nosotros tratamos de perpetuarnos en nuestros
hijos. Por eso esperamos que hagan lo que nosotros no hemos podido hacer, que
ellos lleguen a donde nosotros no hemos podido llegar, por eso esperamos que
ellos sean lo alto, o lo guapo, o lo listo, que nosotros no hemos sido, de
alguna forma esperamos que cumplan o realicen nuestros propios deseos con el
fin de evitar nuestro propio sentimiento de frustración. Cuando nos proyectamos
de esta forma en nuestros hijos, sin realmente verlos en su singularidad y
separatividad y diferencia de nosotros, cualquier cosa que pueda ocurrirles a
ellos es como si nos ocurriera a nosotros mismos, porque los consideramos una
prolongación de nosotros mismos. Pero nuestros hijos no son nuestros, sino que
son hijos de la Vida, y así como se produjeron unas condiciones para que
tuviera lugar su nacimiento, cuando otras condiciones se dan, se produce o se
ha producido su muerte, y tanto su nacimiento como su muerte están más allá de
nuestra propia voluntad personal incluso. Pero ¿por qué surge en nosotros este
apego, esta fijación tan ciega, esta compulsión, esta actitud emocional? ¿Es
posible vivir y amar de otra forma más depurada que no sea tanta causa de dolor
y de sufrimiento para nosotros y para los demás? Sí, es posible. El Buda enseñó
que la causa profunda del dolor y del apego es la ignorancia. Este es un punto
muy importante del budismo Zen y de nuestra Vida. Ignorancia en este caso no
significa no saber leer ni escribir, no es analfabetismo, es un estado mental y
emocional. Originalmente el término se traduce como oscuro, poco claro. La
ignorancia es como un estado de alucinación, es ver algo que no existe, es ver
algo que no es real, y por lo tanto no ver lo que las cosas son de verdad, es
como un espejismo, y vosotros os preguntaréis ¿y esto qué tiene que ver con el
tema que estamos tratando? Tiene que ver porque por ejemplo esta ignorancia que
podemos llamar existencial, se manifiesta de unas formas muy concretas en
nuestra vida y en nuestras relaciones. La forma más común en la que se
manifiesta es mediante la negación de la impermanencia. ¿Sabéis lo que
significa? Lo contrario de permanencia. Nosotros estamos acostumbrados por
condicionamiento cultural, social, educacional a creer o a esperar que las
cosas son lo que son para siempre. Porque aquello que permanece nos da
seguridad, pero esa seguridad es ilusoria, porque nada permanece idéntico a sí mismo de un instante a otro. Nosotros
también, cada mañana cuando nos miramos en el espejo decimos: “soy yo, el mismo
que ayer y antesdeayer”, pero eso es mentira, no somos el mismo, llevamos
cincuenta años diciéndonos lo mismo, nos reconocemos y nos llamamos yo, como si
hubiera algo o alguien en nosotros que permaneciera siendo lo mismo o el mismo,
año tras año, pero en el fondo sabemos que eso no es verdad, no somos un yo
estático, no somos una estatua de bronce en el parque, ni siquiera una estatua
es siempre lo mismo. Por eso, nosotros, para sentirnos seguros queremos que las
cosas no cambien, que permanezcan como congeladas, pero esto es imposible,
porque la Vida es un río, está siempre en movimiento, la vida nunca está
quieta, en el momento que queremos dejarla quieta a través del apego, esa
actitud de apego es ya la causa del dolor y del sufrimiento. Entonces si nos
despertamos a lo que la realidad es, lo que aprendemos es a fluir con el
movimiento, aceptando lo que se presenta en cada momento ante nosotros. La
muerte es un hito más en el proceso de transformación continua que es la Vida.
Nosotros somos individualmente como olas en el océano de la Vida. La ola no
puede decidir en qué dirección va a ir. La ola no decide cuándo aparece y
cuándo desaparece, la ola obedece el movimiento del océano, el movimiento de la
vida. Y aunque se resista o luche, no puede evitar finalmente abandonarlo todo,
perderlo todo y fundirse de nuevo con el océano. Si en el tiempo en el que
somos olas, conocemos a otras olas que van con nosotros y decimos: “eh! Qué
bien que te he encontrado y que vamos juntos”, un instante juntos, después no
se sabe cuál de las dos o de las tres olas que forman la familia de olas va a
ser la que se funda primero con el océano. Pero da igual la que se funda
primero en el océano porque tarde o temprano todas las olas nos vamos a fundir
con el océano. Desde este punto de vista, la muerte no existe. Existe la
transformación continua, pero la Vida con mayúsculas es siempre la Vida. Y ¿por
qué apegarnos a una pequeña parte de la Vida? ¿Por qué no abrirnos a la
inmensidad que es la Vida? ¿Por qué no abrirnos a recibir todo lo que la Vida
nos da en cada momento? ¿Y por qué no abrirnos a perder lo que la Vida nos ha
dado en un momento dado? Así son las reglas del juego de la Vida, cuanto más
nos apeguemos, más vamos a sufrir, un sufrimiento innecesario y no estamos aquí
para sufrir, estamos aquí para realizar el pleno gozo interno. Así, lo
importante es despertase del sueño de la ignorancia para mirar de frente la
verdadera naturaleza de la realidad.
Otra forma como se manifiesta la ignorancia es negando el dolor y la
angustia que produce la inseguridad de no saber, negando nuestro propio dolor,
una vez que aparece, no debemos negar el dolor, no debemos creer que sufrir es
algún tipo de fallo en nosotros, o que estar en un estado de duelo, de zozobra,
de tristeza por la pérdida es algo patológico o enfermizo, no, es lo más
natural del mundo. Y de hecho, la sanación por la pérdida, como seguramente ya
sabéis por vuestra experiencia comienza cuando se acepta en primer lugar el
dolor en uno mismo que ha provocado esa pérdida. Si uno niega su propio dolor
no hará nada para integrarlo, para elaborarlo, es lo que se llama el falso
duelo, porque hay una resistencia a tomar conciencia del propio dolor, como os
han dicho vuestros psicólogos en vuestra asociación, vivir el duelo es
necesario, de lo contrario el duelo se cronifica, y la pena que no hemos
sentido en el momento que la teníamos que sentir, aparece muchos años después
de una forma mucho más patologizada. Entonces, la cuestión es cuando aparece el
dolor, ábrete al dolor, si lo vives conscientemente, aceptándolo como una
experiencia inevitable que forma parte de tu experiencia de la Vida, ese dolor
será metabolizado, integrado y desaparecerá y tú podrás seguir viviendo. De lo
contrario, ese dolor puede convertirse en sufrimiento, en un desgaste continuo,
durante el tiempo, más allá de lo que digamos naturalmente razonable. Así
cuando pensamos en la muerte, ya sea la propia o la de un ser querido, pensamos
que es un fallo del sistema, que es un error, por eso tratamos de evitarla,
sobre todo en la medicina moderna, industrial y tecnificada, hay una lucha
encarnizada contra la muerte, como si la muerte fuera el enemigo, como si los
seres humanos tuviéramos que desterrar a la muerte de la vida. Pero, eso es
imposible, porque no hay vida sin muerte y no hay muerte sin vida. Nosotros
oponemos la vida a la muerte, y creemos que la muerte es una cosa distinta de
la vida, pero la muerte y la vida, son las dos caras de una misma manera, son
dos maneras de llamar a una misma realidad.
Ahora mismo, el sentido común nos dice que estamos vivos, pero en
realidad nos estamos muriendo, estar viviendo es estar muriéndose, ¿no? Es
decir, para llegar a ser el que somos en este preciso instante, hemos tenido
que dejar de ser el que fuimos hace media hora, ¿verdad? Para estar aquí en
donde estamos ahora, hemos tenido que dejar el sitio donde estábamos hace una
hora y media. Es inevitable, desde el punto de vista del Budismo estamos
continuamente naciendo y continuamente muriendo. Como las olas de un océano, el
océano permanece pero las olas están continuamente naciendo y continuamente
muriendo. Las células del cuerpo están continuamente regenerándose, y en varios
años ya no queda ninguna de las que formaron nuestro cuerpo antes, somos otro
cuerpo, somos otro organismo, y sin embargo, tenemos la ilusión de que somos lo
mismo, el mismo. Somos un proceso vivo. Hay veces que la vida se manifiesta ante
nosotros con aspectos muy seductores, muy agradables, muy bellos, y decimos “ay qué bien, lo
quiero”, y después decimos: “que no se muera, que se quede así siempre”. Pero
es imposible. E igual sucede con el rechazo, decimos: “ah, esto no lo quiero”,
no importa, como Mafalda: no quieres sopa, pues toma, tres cucharadas. Cuando
nuestra actividad emocional está polarizada en el rechazo extremo y en el apego
extremo, el dolor y el sufrimiento estarán siempre acompañándonos. Así,
reconocer que la muerte no es un error, sino que es la cosa más natural del
mundo, no es algo excepcional. Tenemos que aceptar que la muerte es lo más
natural que le puede pasar a alguien que
está vivo, y no es una excepción. La excepción es que la Vida siga
perpetuándose, eso sí que es extraordinario, porque la Vida de cada uno de
nosotros está basada en una serie de condiciones imprescindibles, para que un
ser humano pueda permanecer vivo y que basta cualquier cambio pequeño, para que
la vida se acabe, basta un pequeño microbio invisible para que todo el
organismo colapse. La Vida es un milagro, un equilibrio inestable, y la muerte
es lo más natural del mundo. Por eso, aceptar la Vida completamente implica aceptar la muerte completamente, no podemos
jugar a esta baraja cogiendo solo la mitad de las cartas y decir: “con estas
cartas juego pero con estas otras no”. Imposible. Aunque nos construyamos un
bunker de hormigón para evitar que nada nos suceda, eso no va a impedir que la
muerte surja. No existe ninguna familia, ninguna casa en la que no haya muerto
alguien, porque la muerte forma parte de la Vida y la Vida es inseparable de la
muerte.
Muchísimas gracias por vuestra atención.
(Dokusho Villalba)