Mis ojos admiraban el lugar al que no sabía cómo había llegado: un frondoso bosque con árboles inmensos que no dejaban pasar más que unos pocos rayos de luz, ardillas saltando de un lado a otro, pequeños arbustos, grandes piedras cubiertas por la hiedra y el musgo. Un paisaje espectacular cubierto por una ligera niebla que daba al lugar un aspecto de cuento de hadas; aunque parecía que el silencio estaba presente no dejaba de escucharse el canto de los pájaros, muy distintos de los que estaba acostumbrado en la ciudad.
Di unos pasos vacilantes entre los arbustos, frente a estos pareció moverse fugazmente una figura humana, pero no podía ser, nadie puede vivir en un lugar como éste, tan alejado de la civilización. Unas risas parecían provenir de todas partes a la vez y la figura rápidamente desapareció, caminé unos pasos en dirección al lugar en que creí ver a ésta, pero nada encontré.
Me senté sobre una piedra observando el singular paisaje. El canto de un ave que me resultó conocido me atrajo la atención, creí reconocer a un ruiseñor. Miré al lugar del que provenía el sonido y contemplé con gran asombro a una niña cubierta con un corto vestido que parecía confeccionado con hojas de árboles. Su rostro, con una sonrisa que le remarcaba los pómulos; unas orejas puntiagudas que le sobresalían del largo pelo color castaño caído por los hombros. Me fijé en su piel, de un ligero tono verdoso; brazos y piernas desnudas, y sus pies descalzos que parecían fundirse con el suelo del lugar. Aquello que me atrajo la atención de una manera particular eran sus ojos, grandes, negros, ligeramente rasgados, con una mirada que parecía atravesar cuanto observaba; se quedaron fijos en mí, parecía examinar mi mente. Me quedé por unos segundos petrificado sin poder mover un solo músculo del cuerpo.
Instantes después comenzó a hablar, aunque no le vi mover un solo músculo de la cara, ni los labios, sin embargo le escuchaba con gran nitidez. Dio un paseo por mi infancia, deteniéndose en ciertos momentos que conservaba con cierta nitidez. Sacó a la luz un viejo temor que aún conservaba: no podía ver y menos tocar ciertas muñecas de porcelana, siempre me parecía que se iban a mover.
Me dijo:
«Ese temor en cierta manera no es infundado, sino producto de los temores que tus ancestros te habían inculcado sobre terribles seres que vivían junto a ti y querían llevarte a no se sabe que terrible mundo. Pero la realidad es muy diferente. ¡Mírame! ¿De verdad provoco miedo en ti? Cuando de pequeño jugabas, en tus horas de aparente soledad, me veías y compartías tus mejores momentos conmigo y yo te hablaba del reino del que provengo. Estamos por todas partes, con niñas y niños, con los adultos que no han perdido su inocencia; muchos de nosotros nos dedicamos a conservar la naturaleza: los ríos, los bosques, los mares, el cielo. Nos habéis puesto muchos nombres: ninfas, sirenas, ondinas, duendes…, hadas. Somos los Elementales de la Naturaleza, llámame simplemente… Hada.
»Lo más importante es que sepas que somos reales como tú. Que nuestro reino está viviendo en el mismo mundo que el tuyo y, deseamos tanto como tú que sigamos progresando juntos. Hacemos todo lo que podemos para arreglar los estropicios que estáis ocasionando con vuestra inconsciente manera de tratar la naturaleza. Si seguís por ese camino acabaréis con toda la vida y la riqueza del planeta. También estamos limitados como vosotros, pero si colaboráis, juntos podremos resolverlo; hay otros reinos que crees que no tienen vida que están dispuestos a ayudarnos. Todo depende del esfuerzo que en común pongamos en marcha, pues, juntos lo lograremos.
»Terminó diciendo: Y recuerda no existen esos malignos seres, éstos sí son producto de tu imaginación y de los que quieren que no avancéis y consigáis ser felices. Muy pronto muchos otros nos verán, no importa cómo nos presentemos, somos la vida misma en una de las múltiples apariencias en que el Amor se presenta. Hasta muy pronto.»
El canto del ruiseñor volvió a resurgir con fuerza, me distrajo y. cuando volví a mirar Hada había desaparecido.
Hada, nunca te he olvidado, lo sabes muy bien.
A los pocos días ―esto ocurrió hace unos veinte años―, paseando por una calle comercial, mirando un escaparate vi, sorprendido, la figura de un hada… era la base de una lámpara. Sin dudarlo la compré… sin lámpara.
Anoche decidí publicar este relato. Lo dejé para hacerlo hoy.
En el pequeño jardín hay una piscina desmontable de 3 m. de diámetro, a la que ya estaba quitando el agua desde hace dos días (la aprovecho para regar) y para mi sorpresa en su interior nadaba plácidamente una rana. Ni idea de cómo ha llegado allí, no hay cerca ríos, ni charcas. Vivo rodeado de viviendas y algún descampado. Desde la calle no hay acceso al interior sin que se llame antes al timbre, y os aseguro que ella no ha llamado. Ha estado toda la mañana disfrutando de la piscina. Le habíamos preparado un aqua-terrario en el jardín para que viviera en él. Y, sorpresa… ha desaparecido. Cada uno que saque sus conclusiones.
Ángel Hache