Miramos al futuro con
incertidumbre, como a una nebulosa que no deja ver qué contiene. Pero el futuro
no es más que un proyecto, un sueño, un deseo, una ilusión… por cristalizar.
Hay quienes se esfuerzan por quitarnos el futuro, creando el desánimo, el
desaliento, la aceptación de un destino ya escrito de antemano en el que nada tenemos
que hacer, sólo aceptarlo, sin más. Unos pocos manejan nuestras vidas a su
antojo desde que abrimos nuestros ojos por primera vez, o eso quieren que creamos.
Han establecido un sistema de vida, de pensamiento, de actuación, donde el “pez
grande se come al chico”; ser el primero es tener éxito e ir detrás ser un
fracasado; “has nacido para ser obediente”; “no seas creativo, ya está todo
inventado”; la función de la mujer es tener, criar, hijos y servir al hombre, su
“protector”…
Hay quienes nos roban el
presente, alimentándose
de nuestra energía como vampiros de la sangre. Tanto
unos como otros, son los mismos, obedecen a un mismo fin: mantenernos
inmóviles, paralizados… ¡Muertos en vida! Podemos encontrarnos con ellos en
cualquier momento del día, mas, posiblemente, no se nos ocurrirá encontrarlos
cuando… nos miramos al espejo. Si de verdad queremos que este mundo dé un giro de 180 grados tenemos
que empezar por nosotros mismos.
Creemos que el mundo es demasiado
grande como para que se haga realidad un mundo nuevo, siete mil doscientos
millones de personas son demasiadas… Cada una, una célula, de un organismo
llamado Tierra. ¿Creemos que estamos aislados unos de otros en este cuerpo? ¿Lo
que uno piensa, desea, hace, no afecta al resto? ¡Afecta y mucho!
El trabajo interior que podemos
realizar hace posible que nos “desprogramemos” del “virus” que nos afecta desde
hace ya demasiado tiempo, tanto que nos hemos creído como real lo que no tiene
por qué serlo. Y, dicho trabajo interno nos devuelve la dignidad que creíamos
perdida, nos hace recobrar la alegría de ser y existir. Es entonces cuando,
consecuencia del esfuerzo, no de un día, sino de toda una vida, afectamos, aun
sin saberlo, al virus que aprisiona a otras células… La sanación es posible,
del mismo modo que lo fue la “enfermedad”. Todo ha partido de nosotros mismos,
es sólo consecuencia de nuestra libertad de elección, el llamado “libre
albedrío” bíblico. Cuando uno sana, despierta, es consciente, sólo por ese
hecho tiene consecuencias en el entorno tanto cercano cono lejano, igual que lo
que le ocurre a una célula afecta a todo un cuerpo.
En el proceso de cambio podemos sonreír,
pero no con una sonrisa artificiosa, sino la que brota de un alma amante.
Porque es de amor de lo que estoy hablando, aunque esta palabra no haya surgido
hasta ahora. El amor es la solución, pero éste se traduce en hechos, empezando
por la simple sonrisa. De ahí se desencadena toda una cadena de actos generosos
porque uno se sabe integrante al igual que los demás de una entidad viva, en
cambio constante, que está unida a otras “tierras”, a soles, galaxias… Somos
hermanas y hermanos…
Pero no, no me evado de este
mundo, el hecho de saberme unido al Universo no me hace perder el horizonte
cercano: un mundo que necesita urgentemente sanación. No tengo ningún poder más
que el del amor que soy capaz de generar. Sé que este cuerpo que habito tiene
sus días contados, pero el alma que lo ocupa es inmortal. Nada puedo probarte,
ni lo pretendo, es una verdad que todos llevamos dentro y que descubrimos
cuando es el momento adecuado. Más
importante que un cuerpo es tu ser, el que trasciende, pero ambos no dejan de
ser uno. Y el amor, tras la primera sonrisa, viene acompañado por un pedazo de
pan, porque cuando se pasa hambre lo esencial es saciarla. Y esta humanidad
tiene hambre y sed y también necesita amor, ambas necesidades pueden cubrirse a
la par, son inseparables. Implicarse, llenarse las manos de barro, es ahora más
necesario que nunca. El amor si no es acción no es nada, carece de esencia y,
cada uno, podemos llevarlo a cabo donde hemos elegido vivir de muchas maneras… ¡Es tanta la necesidad!
Construyamos el futuro con las
acciones del presente.
No olvides creer en ti y soñar.
Ángel Hache