Te adelantaste.
Llegaste sofocada a la orilla del mar.
Recordé aquella noche en que te vi por primera vez.
Pasaste a mi lado y sin querer me rozaste.
Cayó el libro que estaba leyendo.
“Perdón”, me dijiste.
En mi sueño vi esos ojos profundos mirándome fijamente,
verdes y profundos:
«El mar fue mudo testigo.
De él emergía una figura femenina acercándose lentamente,
la luna iluminando su cuerpo, dándole una aureola radiante.
Ante mí se detuvo.
En silencio sus ojos me observaban,
por un instante
contemplé el universo a través de ellos:
nadé en el firmamento,
mi ser abarcaba todo lo que contemplaba,
me sentía inmensamente dichoso.
Observé su mano tomar la mía.
Flotando sobre la arena llegamos a la orilla.
Nos miramos y con un gesto dijimos ´sí´
y nos alejamos sobre las serenas aguas del infinito mar.»
“Perdón”, seguía resonando en mis oídos,
sólo atiné a sonreír y tú correspondiste de igual modo.
Te agachaste a recoger el libro
y leías el título: “Los sueños no vividos”.
Me dijiste: “¿Por qué no realizarlos?”.
Ahora, te contemplo sentada sobre la arena de la playa,
mirando y sonriéndome.
¿Vienes? Me dices sin palabras.
En silencio me acerco y proseguimos
caminando de la mano junto a la orilla del mar.
Una ola baña nuestros pies descalzos sobre la fina arena
y rememoro una frase del libro:
“En nosotros está todo el universo”.