HACIA LA PAZ DEL ALMA
Se alejó de sus seguidores en busca de un poco de soledad. Pensativo avanzaba sorteando cuantas piedras veía en su camino…
¿Y si no comprenden la profundidad, la esencia del mensaje que trato de trasmitirles? –se decía–. Continuó sumido en sus pensamientos… No he venido a
este mundo a cambiarlos, ni puedo ni quiero, sólo pretendo señalar, apuntar en una dirección que ha sido silenciada durante tanto tiempo… Son tiempos difíciles en que la simple subsistencia ya ocupa toda la atención y toda la fuerza necesaria del día a día. ¿Cómo hacerlos ver la necesidad de una búsqueda interior? ¿Cómo conducirlos hacía su propio corazón, su alma, cuando la ira los convierte en ciegos? ¿Cómo infundirles esperanza cuando durante generaciones viven esclavos, sometidos a poderes ajenos que los desprecian y humillan constantemente?
El silencio se hizo presente. Sus pensamientos se alejaban al igual que las nubes en la lontananza. El canto de unos gorriones le hizo sonreír. Ya sé –los decía–, vosotros no estáis preocupados, dejáis que el momento presente os ocupe por completo. Os guiais por instinto, sabéis sin necesidad de saber… Vuestro Padre y vuestra Madre se ocupan de vosotros. Ellos picoteaban entre los matorrales ¿ajenos a él?
Confianza… Se repetía, una y otra vez. Yo sé porque he encontrado la paz que tanto ansiaba. He sufrido lo indecible. He caído tantas veces… y ¿cuántas no quise levantarme? Busqué, indagué… Conocí a otros buscadores como yo. Los desiertos no lo son tanto. Almas errantes los han atravesado y aún hoy en día lo siguen haciendo, pero ¿cuántos no se han perdido en él? “Yo soy la voz que clama en el desierto” –decía un viejo amigo–. Ahora mi alma se ha convertido en un gorrioncillo… confío. No hay desiertos, ni montañas, ni siquiera mares en mí que cruzar. Sin embargo, es tan poco lo que sé que pueda deciros: “¿Helo aquí…. Helo allá?” Mi vida se ha convertido en un viaje, un eterno viaje al interior de mí alma y, vislumbro que más allá de mi alma hay una puerta que se entreabre y su luz ciega mis ojos, es tanta…
Tengo mis manos, manos ajadas por el trabajo, entregadas a quienes las han solicitado y aun a quienes han querido verlas separadas de mi cuerpo. Hoy sigo con mis manos señalando el camino hacia la paz del alma. Hoy, sólo sigo sabiendo abrirlas, ofrecéroslas, tendiendo puentes entre vuestro ser y el mío. Hoy vuelvo a sonreír porque vuestros ojos ven y vuestras manos generosas se entregan una y otra vez allá donde son necesarias, lo demás… viene por añadidura. Éste es el camino hacia la paz: la entrega completa al ser que somos… todos.
Los gorriones, en bandada, levantaron el vuelo en busca de un buen árbol en el que cobijarse para pasar la noche, el alba de un nuevo día los esperaba aunque éstos no pensaran en ello.