Según las más viejas tradiciones esotéricas y ocultistas, en
nuestro sistema solar existían además de los planetas que ahora mismo orbitan
en torno a nuestro Sol, otra enorme masa planetaria, de una tremenda densidad.
En estado primitivo, sin que la vida hubiera alcanzado los niveles de la
inteligencia humana, pululaban formas primigenias de animales enormes,
groseros, deformes, con instintos agresivos para evitar la selección brutal de
las especies.
La enorme densidad, su baja condición astral y su influencia negativa, le hacía ser acreedor a un nombre proscrito: “La bestia”. Es por eso que en la propia Biblia se cita el número 666 como el número de la Bestia.
Los señores del espacio; nuestros dioses, inseminadores y tuteladores de la vida sobre la tierra, sabían y aún saben que el acercamiento de la Bestia producía sobre nuestra morada cósmica, alteración de las mareas, terremotos, cambios biológicos terribles, exaltación de la negatividad de todos los seres vivos. Cambios, en definitiva, que exigían de su parte todo un programa de ayuda, que aún hoy todavía continúa operativo.
Fueron hace varios miles de millones de años que el segundo Sol de nuestro Sistema, Júpiter, se apagó. Es por esto que nuestro Sistema Solar, de ser de doble Sol, pasó a una sola Estrella. Los planetas pasaron de recibir luz todo el día, a un sistema binario, noche-día. De vivir en un maravilloso paraíso, donde la noche era día y el día esplendor, a vivir acompañado de los señores de la noche y de los señores de la luz. De tener sólo una meta armónica feliz, progresiva y positiva a un modo donde la sonrisa y la lágrima, la alegría y la tristeza, el bien y el mal, formaron parte esencial de la naturaleza de todos los seres vivos que pululan en nuestro planeta, y por ende en los que forman nuestro Sistema Solar.
El apagamiento de Júpiter produjo un terrorífico cambio en este rincón del cosmos. Todas las órbitas y masas planetarias se alteraron y la “Bestia” se desintegró en millones de fragmentos.
Fue la muerte de un Gigante, pero no así de su cuerpo astral. Pues toda materia viva al desintegrarse deja su fantasma o cuerpo astral en el mismo lugar donde habitara.
Tal y como predijo Nostradamus, el séptimo mes del año 1999, “Un gran Rey de Espanto...” Se acercó a la Tierra. Es decir, la forma astral de la Bestia siguiendo su vieja órbita llegó al punto más cercano de influencia a nuestro planeta, produciendo uno de los periodos más oscuros y negativos que ha vivido el ser humano.
Muchos esoteristas predecían la llegada de una gran masa a la Tierra, pero solo los
clarividentes, pudieron comprobar que esa masa no era física, sino astral.
Conociendo la fecha de máximo acercamiento a nuestro planeta, es obvio que hace 3333 años, estaba en el punto más alejado. Y es precisamente hacia el año 1334 antes de Cristo, donde ubicamos una serie de acontecimientos que constituyen la base narrativa de nuestra pequeña historia. Concretamente el día 29 de Abril de ese año, se producía una tremenda conjunción planetaria en Aries, que dio origen al concepto monoteísta, liderado por Moisés, el propio hijo de Akhenatón. En ese día –contado desde nuestra concepción cronóloga del tiempo, que no de los Egipcios- se conjuntaron en el signo de Aries: Sol, Luna, Marte, Júpiter, Urano, Plutón y Luna Negra, en stellium, es decir, atrapando a su vez a Venus y Mercurio, en el signo de Tauro.
Todo ello en trígono con el Nodo Lunar en Leo. Para los profanos en esta ciencia de la Astrología, deberíamos decir que Aries, representa la Unidad, el monoteísmo o la individualidad. Y es por esto, que siguiendo la infalible Ley Cósmica, que el máximo representante del signo de Aries, Moisés, le fue revelada su misión en esta precisa fecha, cuando tenía exactamente 21 años.
Y por seguir en la dinámica de la cronología antigua y 3333 años antes, deberíamos situar otros acontecimientos claves para la evolución humana, hacia el año 4667 AC. En esta fecha anterior los últimos restos del continente Atlantídeo se sumergieron en las profundas aguas del Atlántico.
Solo dos grandes iniciados de esta mítica civilización pudieron salvarse, trasladando el conocimiento a Egipto y a la India. Thotek viajó a Egipto y Ramatek viajó a la India. El primero llevó consigo la bendición de los dioses, junto con todo el saber antiguo del continente extinguido y el segundo a su vez depositó en la tradición sánscrita hinduista la filosofía del yoga, la respiración y la meditación como disciplinas para hallar la iluminación. Ambos fueron adorados por sus respectivos pueblos como Dioses iluminados. El primero fue conocido como Thot y el segundo como Rama.
Thot volvió a encarnar en la Tierra 3333 años después en el propio Egipto como
Akhenatón y por supuesto, después del mismo periodo de 3333 años, ya en
nuestros días, volvió a revestirse de carne, aunque no creo que sea bueno
revelar su identidad por no crear expectación banal.
Pues no es importante el mensajero, sino el mensaje que porta.
Vamos a situarnos precisamente en el tiempo de Akhenatón. Vamos a entrar en sus templos, en sus alcobas. Vamos a descubrir su conocimiento y sus ritos iniciáticos. Vamos a remover los viejos recuerdos inconscientes que aún hoy se alojan en nuestras almas. Aquel tiempo fue decisivo para la creación de una casta iniciática, que encarnación tras encarnación ha aportado a la Humanidad el conocimiento y el saber. Antes, ahora y después de este momento que estamos viviendo, los “Hijos de Sol” iluminaron, iluminan e iluminarán las sendas humanas hacia la verdad suprema.
Akhenatón fue un contactado de los seres provenientes de Orión. El culto monoteísta y carismático que proponían sus hermanos cósmicos trataba en todo momento de acercar al ser humano a la esencia divina que cada uno portamos dentro. Todo estaba preparado para el nacimiento del Avatar de la Era de Aries, Moisés. Se habían realizado muchas intervenciones genéticas y todo estaba dirigido para conseguir una selección de una calidad humana más elevada, más psíquica y más intuitiva.
Pero los hijos de Set, los setánicos, también se movían con planes contrarios. Una minoría de sacerdotes del culto de Amón también practicaba sus ritos y sus oraciones para derribar al Faraón y su culto. Estos iniciados setánicos vestían de negro en sus ceremonias y su símbolo era una pirámide invertida.
Amenhotep también había dejado este mundo.
Pero previamente a su marcha, había instruido a Akhenatón en los misterios.
El propio Faraón había estado en el Egipto secreto del interior de la esfinge. Conocía secretos que ningún mortal jamás pudiera haber soñado. Era un joven sabio.
El viejo maestro había entregado al joven Faraón la encomienda de crear la Gran Fraternidad de los Hijos del Sol.
Tal era el designio de los “Señores de las Estrellas” y los años siguientes al fallecimiento de su padre y de su maestro, el espíritu de Akhenatón se vio redimensionado del conocimiento superior.
La más grande de las revoluciones espirituales de todos los tiempos se había puesto en marcha.
Desde todos los confines del Imperio, incluso de otros países fueron siendo despertados los espíritus de diversos seres a fin de crear la Gran Fraternidad de los Hijos del Sol. Finalmente Akhenatón logró formar setenta y dos hermanos, que fueron iniciados en los misterios. Una vez al año se reunían todos en la ceremonia de la “Recepción del espíritu de Ra”.
Luego en diversos grupos y en diversas ceremonias, se sucedían encuentros, donde se trabaja en el conocimiento y en la iluminación.
La Gran Ceremonia se realizaba en la Sala oval del Egipto Interno. Bajo la Pirámide. La Guardiana del Sello; la esposa principal del Rey, la bella Nefertiti, ostentaba el lado femenino del Avatar y era a ella a quien correspondía guardar el escarabajo sagrado. Dicho escarabajo era una talla en cristal de roca pura, traído de la Constelación de Orión por lo antiguos padres.
Se entonaban bellos cantos que partiendo del estómago de los cofrades, se proyectaban al paladar, presionando la lengua sobre el mismo, a la vez que los ojos volteaban cerrados a la glándula pineal.
Nefertiti ponía el escarabajo sagrado sobre una pequeña ara de grafito.
Se tocaba una campana y todos se concentraban sobre aquella maravillosa joya. Poco a poco se producía una niebla blanca y espesa que iba definiendo el rostro y el cuerpo de un “hierofante”.
Un Maestro que vive en el futuro y en otra dimensión, proyectaba su alma ante el grupo y les instruía en los misterios y el conocimiento.
Otras tantas veces eran convocados al gran hangar, que aún hoy se sitúa bajo la pirámide de Keops. Y ante todos ellos se producía el milagro de la materialización interdimensional de seres de carne y hueso venidos de las estrellas.
A estos “Hermanos superiores” les gustaba enseñar las habilidades propias del potencial humano. Se ponían máscaras, como la del perro o la del gato, incluso de algún pájaro, con objeto de producir en el inconsciente del adepto el despertar de las facultades perceptivas de estos animales. Ellos sabían que en cada ser humano está dormida la memoria del gato, del perro, de la planta o del propio diplodocus. De esta práctica se popularizó por parte de los no iniciados la idea de representar a los dioses con cara de animales y cuerpo de hombres.
Todos los hermanos de la Fraternidad de los Hijos del Sol conocían que Dios no necesita de intermediarios. Que los dioses adorados por los hombres no eran sino representaciones más o menos próximas de otros hermanos más evolucionados que venían de las estrellas y que sembraron la vida sobre el planeta. Todos los hermanos de la Fraternidad sabían que Dios está en todos y todo forma a Dios, y a su vez que Dios es el “sin forma”.
Todos los hermanos se juramentaron por todas su reencarnaciones el no adorar a estatuas y no crear cultos, templos e iglesias que alejaran a Dios de la más íntima de sus moradas; es decir, el corazón humano. Todos sabían que adorar a un ser encarnado de carne y hueso era un gran pecado.
Cada uno de los setenta y dos había desarrollado diversas habilidades de precognición, profecía, telequinesia, desdoblamiento, pero se juramentaron para no mostrar estas habilidades en público, a fin de no crear seres sometidos al fenómeno y no a la esencia.
Todos los espíritus inmortales de la vieja Fraternidad grabaron en la esencia de su ser, el crear la Sinarquía de todos los hombres, de todas las razas, de todos los seres vivos del planeta.
Ellos mostraron y aún muestran a los hombres que Dios no necesita de intermediarios ni de templos, que basta el corazón humano y práctica de la virtud para vivir en la consciencia de Dios.
Es por eso que Akhenatón y los sacerdotes de Amón, se enfrentaron en una lucha fratricida puesto que la doctrina de los Iniciados del Sol era contraria a los macabros intereses de una casta sacerdotal rica, desmotivada y alejada del espíritu divino.
Pocos conocían que los iniciados en los misterios se reconocían por llevar dibujada en sus mantos un corazón púrpura y una rosa.
Tenían también como norma besarse tres veces en cada ceremonia, aunque no lo hacían en público puesto que esto les podía dar verdaderos problemas.
Los sacerdotes de Tebas que adoraban a Amón, levantaron un bulo peligroso y a la vez vejatorio para los seguidores de Akhenatón. Todos pensaron que las continuas visitas de gente joven a palacio, tanto en Tebas como en Menfis hacían sospechar de inclinaciones homosexuales por parte del Rey. Quizás la aristocracia espiritual y el porte sutil de los iniciados del Sol, daba a entender que se trataba de personas con inclinaciones afeminadas. Pocos podían entender que Akhenatón amaba a sus hermanos de Fraternidad, no en el cuerpo, sino en el espíritu. Pocos podían entender que aquel extraño atractivo no se debía tanto a su cuerpo físico sino a lo que irradiaba sus almas.
La rebelión de Akhenatón en el arte que impulsa en su nueva capital, Amarna,
deja atrás el hieratismo típico del arte egipcio anterior y las imágenes son más realistas, más humanas.
Los Faraones anteriores eran muy conscientes y celosos de su papel divino y se hacen representar a una edad tipo, muy jóvenes.
Akhenatón decide pasar a la posteridad tal y como es, cariñoso con sus hijas, en escenas familiares, de igual tamaño que su esposa, NEFERTITI, Fueron una pareja carismática, entregada por amor, al proyecto monoteísta de instaurar un culto único, que pudiera hermanar al hombre con un solo Dios.
Nefertiti había sido instruida en los misterios y tenía compenetrada en su alma la parte femenina de un Avatar.
Ella sabía que Dios vive consciente, creativo y directivo en los Soles del Universo. Que cada Sol contiene la genética planetaria y los espíritus de cada individuo. Ella sabía que en los Soles viven los Elohim, señores creadores de vida. Que cada Sol es un Padre, un Cristo, un pequeño delegado de la Suprema esencia Divina. Es por esto que enseguida se incorporó como suprema sacerdotisa al culto a Atón.
Hubo un especial encuentro en la pirámide entre Akhenatón con el gran Ramerik; Maestro Supremo de Orión, que en los tiempos del nacimiento del Viejo Imperio, habría venido con el nombre de Ra, para instruir a Thotek y los primeros Faraones, él le informó que No era posible establecer entre su pueblo el culto a una sola unidad de conciencia. No se daban las condiciones sociales, políticas y sobre todo espirituales que permitieran romper las supersticiones religiosas, el dominio de la casta sacerdotal y la ignorancia de la mayoría de los educadores de su pueblo. Recibió la orden de Dispersar a la Fraternidad.
Akhenatón, se refugió en una profunda tristeza interior, dejando el imperio en manos de sus funcionarios. Ya no sería más el Rey, sino el ermitaño del desierto.
La Fraternidad se reunió una vez más bajo la Gran Pirámide. Se escondieron los símbolos sagrados. Se ocultó el escarabajo de diamante límpido. Se cerraron las galerías. Se ocultaron los libros de Thot; de alguno de los cuales, se habían hecho copias en los años anteriores. (Muchos de estos libros fueron pasto de las llamas en el incendio de la Biblioteca de Alejandría). Se inundaron varios pasadizos. Los “Señores de las Estrellas” dejaron en la sala oval de la Gran Pirámide el testimonio de su presencia, puesto que uno de sus vehículos aún permanece allí en nuestros días.
El llanto, y la impotencia de los setenta y dos hermanos resonaron en todo el Cosmos. Tembló la palmera, lloraron todos los perros de Egipto. Se obscureció el cielo. Trepidó la tierra. Los niños en las cunas gritaron al unísono desconsolados. El tiempo paró y el espacio se encogió en aquella ceremonia de la Fraternidad de los Hijos del Sol.
Nefertiti y Akhenatón abrazaron a cada uno de sus hermanos. Todos se conjuraron para retornar unidos en las siguientes vidas. En el centro de la sala oval se dibujaron las siluetas de Ramerik, Isis, Osiris, Anubis.
Fue el “adiós” de aquel tiempo para adentrarse en “hasta la eternidad” del reencuentro. Es por esto que nuestros corazones laten cuando el espíritu inmortal rememora los símbolos del “Corazón Púrpura”, “La Rosa” “La Cruz”, ciertos sonidos, ciertas posturas, ciertas imágenes, que siguen guardadas en nuestras almas...
Este planeta tenía un periodo orbital de
6666 años. Por tanto cada 3333 años se
aproximaba a la tierra y en otros tantos años se alejaba. Los Dioses, conocedores
de este ritmo orbital, ajustaban sus visitas y sus programas de inseminación
genética y cultural sobre la raza de acuerdo a la influencia de dicho planeta.La enorme densidad, su baja condición astral y su influencia negativa, le hacía ser acreedor a un nombre proscrito: “La bestia”. Es por eso que en la propia Biblia se cita el número 666 como el número de la Bestia.
Los señores del espacio; nuestros dioses, inseminadores y tuteladores de la vida sobre la tierra, sabían y aún saben que el acercamiento de la Bestia producía sobre nuestra morada cósmica, alteración de las mareas, terremotos, cambios biológicos terribles, exaltación de la negatividad de todos los seres vivos. Cambios, en definitiva, que exigían de su parte todo un programa de ayuda, que aún hoy todavía continúa operativo.
Fueron hace varios miles de millones de años que el segundo Sol de nuestro Sistema, Júpiter, se apagó. Es por esto que nuestro Sistema Solar, de ser de doble Sol, pasó a una sola Estrella. Los planetas pasaron de recibir luz todo el día, a un sistema binario, noche-día. De vivir en un maravilloso paraíso, donde la noche era día y el día esplendor, a vivir acompañado de los señores de la noche y de los señores de la luz. De tener sólo una meta armónica feliz, progresiva y positiva a un modo donde la sonrisa y la lágrima, la alegría y la tristeza, el bien y el mal, formaron parte esencial de la naturaleza de todos los seres vivos que pululan en nuestro planeta, y por ende en los que forman nuestro Sistema Solar.
El apagamiento de Júpiter produjo un terrorífico cambio en este rincón del cosmos. Todas las órbitas y masas planetarias se alteraron y la “Bestia” se desintegró en millones de fragmentos.
Fue la muerte de un Gigante, pero no así de su cuerpo astral. Pues toda materia viva al desintegrarse deja su fantasma o cuerpo astral en el mismo lugar donde habitara.
Tal y como predijo Nostradamus, el séptimo mes del año 1999, “Un gran Rey de Espanto...” Se acercó a la Tierra. Es decir, la forma astral de la Bestia siguiendo su vieja órbita llegó al punto más cercano de influencia a nuestro planeta, produciendo uno de los periodos más oscuros y negativos que ha vivido el ser humano.
Muchos esoteristas predecían la llegada de una gran masa a la Tierra, pero solo los
clarividentes, pudieron comprobar que esa masa no era física, sino astral.
Conociendo la fecha de máximo acercamiento a nuestro planeta, es obvio que hace 3333 años, estaba en el punto más alejado. Y es precisamente hacia el año 1334 antes de Cristo, donde ubicamos una serie de acontecimientos que constituyen la base narrativa de nuestra pequeña historia. Concretamente el día 29 de Abril de ese año, se producía una tremenda conjunción planetaria en Aries, que dio origen al concepto monoteísta, liderado por Moisés, el propio hijo de Akhenatón. En ese día –contado desde nuestra concepción cronóloga del tiempo, que no de los Egipcios- se conjuntaron en el signo de Aries: Sol, Luna, Marte, Júpiter, Urano, Plutón y Luna Negra, en stellium, es decir, atrapando a su vez a Venus y Mercurio, en el signo de Tauro.
Todo ello en trígono con el Nodo Lunar en Leo. Para los profanos en esta ciencia de la Astrología, deberíamos decir que Aries, representa la Unidad, el monoteísmo o la individualidad. Y es por esto, que siguiendo la infalible Ley Cósmica, que el máximo representante del signo de Aries, Moisés, le fue revelada su misión en esta precisa fecha, cuando tenía exactamente 21 años.
Y por seguir en la dinámica de la cronología antigua y 3333 años antes, deberíamos situar otros acontecimientos claves para la evolución humana, hacia el año 4667 AC. En esta fecha anterior los últimos restos del continente Atlantídeo se sumergieron en las profundas aguas del Atlántico.
Solo dos grandes iniciados de esta mítica civilización pudieron salvarse, trasladando el conocimiento a Egipto y a la India. Thotek viajó a Egipto y Ramatek viajó a la India. El primero llevó consigo la bendición de los dioses, junto con todo el saber antiguo del continente extinguido y el segundo a su vez depositó en la tradición sánscrita hinduista la filosofía del yoga, la respiración y la meditación como disciplinas para hallar la iluminación. Ambos fueron adorados por sus respectivos pueblos como Dioses iluminados. El primero fue conocido como Thot y el segundo como Rama.
Pues no es importante el mensajero, sino el mensaje que porta.
Vamos a situarnos precisamente en el tiempo de Akhenatón. Vamos a entrar en sus templos, en sus alcobas. Vamos a descubrir su conocimiento y sus ritos iniciáticos. Vamos a remover los viejos recuerdos inconscientes que aún hoy se alojan en nuestras almas. Aquel tiempo fue decisivo para la creación de una casta iniciática, que encarnación tras encarnación ha aportado a la Humanidad el conocimiento y el saber. Antes, ahora y después de este momento que estamos viviendo, los “Hijos de Sol” iluminaron, iluminan e iluminarán las sendas humanas hacia la verdad suprema.
Akhenatón fue un contactado de los seres provenientes de Orión. El culto monoteísta y carismático que proponían sus hermanos cósmicos trataba en todo momento de acercar al ser humano a la esencia divina que cada uno portamos dentro. Todo estaba preparado para el nacimiento del Avatar de la Era de Aries, Moisés. Se habían realizado muchas intervenciones genéticas y todo estaba dirigido para conseguir una selección de una calidad humana más elevada, más psíquica y más intuitiva.
Pero los hijos de Set, los setánicos, también se movían con planes contrarios. Una minoría de sacerdotes del culto de Amón también practicaba sus ritos y sus oraciones para derribar al Faraón y su culto. Estos iniciados setánicos vestían de negro en sus ceremonias y su símbolo era una pirámide invertida.
Amenhotep también había dejado este mundo.
Pero previamente a su marcha, había instruido a Akhenatón en los misterios.
El propio Faraón había estado en el Egipto secreto del interior de la esfinge. Conocía secretos que ningún mortal jamás pudiera haber soñado. Era un joven sabio.
El viejo maestro había entregado al joven Faraón la encomienda de crear la Gran Fraternidad de los Hijos del Sol.
Tal era el designio de los “Señores de las Estrellas” y los años siguientes al fallecimiento de su padre y de su maestro, el espíritu de Akhenatón se vio redimensionado del conocimiento superior.
La más grande de las revoluciones espirituales de todos los tiempos se había puesto en marcha.
Desde todos los confines del Imperio, incluso de otros países fueron siendo despertados los espíritus de diversos seres a fin de crear la Gran Fraternidad de los Hijos del Sol. Finalmente Akhenatón logró formar setenta y dos hermanos, que fueron iniciados en los misterios. Una vez al año se reunían todos en la ceremonia de la “Recepción del espíritu de Ra”.
Luego en diversos grupos y en diversas ceremonias, se sucedían encuentros, donde se trabaja en el conocimiento y en la iluminación.
La Gran Ceremonia se realizaba en la Sala oval del Egipto Interno. Bajo la Pirámide. La Guardiana del Sello; la esposa principal del Rey, la bella Nefertiti, ostentaba el lado femenino del Avatar y era a ella a quien correspondía guardar el escarabajo sagrado. Dicho escarabajo era una talla en cristal de roca pura, traído de la Constelación de Orión por lo antiguos padres.
Se entonaban bellos cantos que partiendo del estómago de los cofrades, se proyectaban al paladar, presionando la lengua sobre el mismo, a la vez que los ojos volteaban cerrados a la glándula pineal.
Nefertiti ponía el escarabajo sagrado sobre una pequeña ara de grafito.
Se tocaba una campana y todos se concentraban sobre aquella maravillosa joya. Poco a poco se producía una niebla blanca y espesa que iba definiendo el rostro y el cuerpo de un “hierofante”.
Un Maestro que vive en el futuro y en otra dimensión, proyectaba su alma ante el grupo y les instruía en los misterios y el conocimiento.
Otras tantas veces eran convocados al gran hangar, que aún hoy se sitúa bajo la pirámide de Keops. Y ante todos ellos se producía el milagro de la materialización interdimensional de seres de carne y hueso venidos de las estrellas.
A estos “Hermanos superiores” les gustaba enseñar las habilidades propias del potencial humano. Se ponían máscaras, como la del perro o la del gato, incluso de algún pájaro, con objeto de producir en el inconsciente del adepto el despertar de las facultades perceptivas de estos animales. Ellos sabían que en cada ser humano está dormida la memoria del gato, del perro, de la planta o del propio diplodocus. De esta práctica se popularizó por parte de los no iniciados la idea de representar a los dioses con cara de animales y cuerpo de hombres.
Todos los hermanos de la Fraternidad de los Hijos del Sol conocían que Dios no necesita de intermediarios. Que los dioses adorados por los hombres no eran sino representaciones más o menos próximas de otros hermanos más evolucionados que venían de las estrellas y que sembraron la vida sobre el planeta. Todos los hermanos de la Fraternidad sabían que Dios está en todos y todo forma a Dios, y a su vez que Dios es el “sin forma”.
Todos los hermanos se juramentaron por todas su reencarnaciones el no adorar a estatuas y no crear cultos, templos e iglesias que alejaran a Dios de la más íntima de sus moradas; es decir, el corazón humano. Todos sabían que adorar a un ser encarnado de carne y hueso era un gran pecado.
Cada uno de los setenta y dos había desarrollado diversas habilidades de precognición, profecía, telequinesia, desdoblamiento, pero se juramentaron para no mostrar estas habilidades en público, a fin de no crear seres sometidos al fenómeno y no a la esencia.
Todos los espíritus inmortales de la vieja Fraternidad grabaron en la esencia de su ser, el crear la Sinarquía de todos los hombres, de todas las razas, de todos los seres vivos del planeta.
Ellos mostraron y aún muestran a los hombres que Dios no necesita de intermediarios ni de templos, que basta el corazón humano y práctica de la virtud para vivir en la consciencia de Dios.
Es por eso que Akhenatón y los sacerdotes de Amón, se enfrentaron en una lucha fratricida puesto que la doctrina de los Iniciados del Sol era contraria a los macabros intereses de una casta sacerdotal rica, desmotivada y alejada del espíritu divino.
Pocos conocían que los iniciados en los misterios se reconocían por llevar dibujada en sus mantos un corazón púrpura y una rosa.
Tenían también como norma besarse tres veces en cada ceremonia, aunque no lo hacían en público puesto que esto les podía dar verdaderos problemas.
Los sacerdotes de Tebas que adoraban a Amón, levantaron un bulo peligroso y a la vez vejatorio para los seguidores de Akhenatón. Todos pensaron que las continuas visitas de gente joven a palacio, tanto en Tebas como en Menfis hacían sospechar de inclinaciones homosexuales por parte del Rey. Quizás la aristocracia espiritual y el porte sutil de los iniciados del Sol, daba a entender que se trataba de personas con inclinaciones afeminadas. Pocos podían entender que Akhenatón amaba a sus hermanos de Fraternidad, no en el cuerpo, sino en el espíritu. Pocos podían entender que aquel extraño atractivo no se debía tanto a su cuerpo físico sino a lo que irradiaba sus almas.
La rebelión de Akhenatón en el arte que impulsa en su nueva capital, Amarna,
deja atrás el hieratismo típico del arte egipcio anterior y las imágenes son más realistas, más humanas.
Los Faraones anteriores eran muy conscientes y celosos de su papel divino y se hacen representar a una edad tipo, muy jóvenes.
Akhenatón decide pasar a la posteridad tal y como es, cariñoso con sus hijas, en escenas familiares, de igual tamaño que su esposa, NEFERTITI, Fueron una pareja carismática, entregada por amor, al proyecto monoteísta de instaurar un culto único, que pudiera hermanar al hombre con un solo Dios.
Nefertiti había sido instruida en los misterios y tenía compenetrada en su alma la parte femenina de un Avatar.
Ella sabía que Dios vive consciente, creativo y directivo en los Soles del Universo. Que cada Sol contiene la genética planetaria y los espíritus de cada individuo. Ella sabía que en los Soles viven los Elohim, señores creadores de vida. Que cada Sol es un Padre, un Cristo, un pequeño delegado de la Suprema esencia Divina. Es por esto que enseguida se incorporó como suprema sacerdotisa al culto a Atón.
Hubo un especial encuentro en la pirámide entre Akhenatón con el gran Ramerik; Maestro Supremo de Orión, que en los tiempos del nacimiento del Viejo Imperio, habría venido con el nombre de Ra, para instruir a Thotek y los primeros Faraones, él le informó que No era posible establecer entre su pueblo el culto a una sola unidad de conciencia. No se daban las condiciones sociales, políticas y sobre todo espirituales que permitieran romper las supersticiones religiosas, el dominio de la casta sacerdotal y la ignorancia de la mayoría de los educadores de su pueblo. Recibió la orden de Dispersar a la Fraternidad.
Akhenatón, se refugió en una profunda tristeza interior, dejando el imperio en manos de sus funcionarios. Ya no sería más el Rey, sino el ermitaño del desierto.
La Fraternidad se reunió una vez más bajo la Gran Pirámide. Se escondieron los símbolos sagrados. Se ocultó el escarabajo de diamante límpido. Se cerraron las galerías. Se ocultaron los libros de Thot; de alguno de los cuales, se habían hecho copias en los años anteriores. (Muchos de estos libros fueron pasto de las llamas en el incendio de la Biblioteca de Alejandría). Se inundaron varios pasadizos. Los “Señores de las Estrellas” dejaron en la sala oval de la Gran Pirámide el testimonio de su presencia, puesto que uno de sus vehículos aún permanece allí en nuestros días.
El llanto, y la impotencia de los setenta y dos hermanos resonaron en todo el Cosmos. Tembló la palmera, lloraron todos los perros de Egipto. Se obscureció el cielo. Trepidó la tierra. Los niños en las cunas gritaron al unísono desconsolados. El tiempo paró y el espacio se encogió en aquella ceremonia de la Fraternidad de los Hijos del Sol.
Nefertiti y Akhenatón abrazaron a cada uno de sus hermanos. Todos se conjuraron para retornar unidos en las siguientes vidas. En el centro de la sala oval se dibujaron las siluetas de Ramerik, Isis, Osiris, Anubis.
Fue el “adiós” de aquel tiempo para adentrarse en “hasta la eternidad” del reencuentro. Es por esto que nuestros corazones laten cuando el espíritu inmortal rememora los símbolos del “Corazón Púrpura”, “La Rosa” “La Cruz”, ciertos sonidos, ciertas posturas, ciertas imágenes, que siguen guardadas en nuestras almas...