No tuvimos mucho tiempo para conocernos. Posiblemente vivíamos realidades diferentes a pesar de estar en el mismo mundo. Horas y horas pasaban cuando te marchabas de madrugada a traer “el pan de cada día”. Llegabas cansado, agotado… y este agotamiento sumado al dolor que siempre te acompañaba acabó por pasar “factura” a tu cuerpo. La guerra hizo sus estragos en el alma de tantas personas que les agotó las esperanzas, en la tuya.
Hoy tengo claro que sigo construyendo donde tú dejaste ladrillos apilados junto a las paredes que levantaste con tus propias manos. Son los pilares de un puente indestructible lo que tantas manos estamos trabajando.
Ahora lo ves todo más claro, dado que tu visión ha cambiado de perspectiva –es lo que tiene no estar atado a un cuerpo físico–. Ves con otros ojos, comprendiendo que no era banal tu paso por aquí. Eras y sigues siendo un eslabón necesario en la construcción de un mundo mejor.
¿Volverás por aquí?
Sé que no hay muro que nos separe a pesar de la “distancia”, que nada es cuando somos capaces de mirar un poco más lejos de lo que nos alcanza la vista. Hay realidades que sólo se ven con el alma amante. Y tú, hoy, eres real, envuelto en un cuerpo de luz. Aunque te recuerdo como eras, intuyo que eres mucho más…
¡Ah! Gracias papá. Tú ya sabes por qué.
Ángel Hache