Caminaba el Maestro al atardecer…
Un poco cansado de un largo día en que nada parecía encontrarse en su lugar, se sentó sobre una piedra del sendero.
Su mirada perdida en el horizonte, nada parecía distraerlo de vivir un instante de quietud y paz. De pronto me miró al los ojos fijamente:
–¿Crees que ha merecido la pena llegar hasta aquí? ¿Crees que seremos comprendidos?
Sus ojos brillaban destilando un amor inenarrable, me sentía absorbido por ellos, quería penetrar en lo más profundo de su alma y encontrar una respuesta.
El silencio del lugar me trasladó a un tiempo sin tiempo, donde el latido de la vida era sólo un propósito. Un instante después y ya no había vuelta atrás, todo había comenzado, el estallido de la vida nos arrastró como una cascada de agua cae por un precipicio de vuelta al mar, buscando la calma y el sosiego del reencuentro con el Ser que somos.
Volví a las palabras del Maestro y así le respondí:
«Merece la pena que el amor que vive en cada uno de nosotros, el que somos, acabe inundando los campos sedientos en que nos hemos convertido. Las lágrimas vertidas por amor fertilizarán las almas ávidas de verdad. La comprensión llegará cuando cada uno seamos amor, no sólo de palabra, sino que a pesar de la soledad que nos pueda acompañar, nos sintamos uno con el Ser, la Vida. Cuando ya nada deseemos descubriremos que la ilusión dará paso a la realidad y que la única verdad que existe es el amor.
»Si así lo he comprendido, sólo ha sido gracias al amor que nuestro Padre me ha trasmitido a través de cada instante de mi vida. Me ha devuelto amor por todo lo que hecho. Y no todo ha sido un caminar fácil, he cometido errores, he hecho daño, he sentido en cuerpo y alma el placer y el dolor, la alegría y la tristeza. Mas tú Padre me has enseñado tu rostro humano, me has tomado de la mano cada vez que te lo he pedido y aun sin saberlo has estado conmigo… siempre.
»Hoy La Palabra está cargada de vida y amor. Hoy Khai es más real que nunca. Hoy me veo reflejado en tus ojos y sé que son los míos. Hoy sé que ha merecido la pena tu sacrificio y comprendo, por fin, que no hay camino en soledad, que nada nos separará nunca.»
Me tendió su mano. ¡Levanta! ¡Vamos a seguir caminando! ¡Aún hay mucho por hacer!
El Sol comenzaba a ocultarse tras los montes, la noche no tardaría en llegar.
Mas el Sol ya nunca más se pondría en mi vida.
Khai ilumina mi espíritu… por siempre.
Ángel Hache