Gloria pidió ayuda a un anciano amigo:
«Te hablo desde la desolación. ¿Qué pasa con el enorme dolor de un joven cada día más enfermo?
»¡Dios! La soberbia me asalta. ¡Se me cruza la vida y la veo como una sombra, un sinsentido!
»Mi cuerpo y mi mente están cansados y no sé ayudar a consolar. Hoy, las lágrimas brotan sangre.
»Te asalto, anciano. Entro en tu casa desesperada, con miedo, con dudas, con....
»Perdona, no te pertenece mi dolor, pero... me siento incapaz de ayudar al ser que un día nació de mis entrañas y su pena me parte el alma.»
El anciano amigo escuchaba en el más respetuoso silencio.
Ambos cruzaron sus miradas. Sus ojos lo decían todo.
Él comenzó a hablarle:
«Un viejo sabio fue a visitar a unos amigos. Le llamaron porque estaban muy afligidos.
»Al llegar, tras el saludo, le contaron que un tiempo atrás, en su jardín, un hermoso pájaro multicolor se posó. Ante tanta belleza le quisieron atrapar. Éste, revoloteaba alegre y ajeno a las intenciones de los habitantes de la casa.
»Una gran jaula dorada con frutas silvestres colocaron junto a un árbol, la puerta estaba abierta.
»El pájaro se acercó atraído por el brillo de la jaula. Entró y se paseó con curiosidad. Se aproximó donde la fruta estaba y, en ese momento, la puerta se cerró. Un gran alborozo se escuchó entre los habitantes, ¡habían conseguido su propósito! El más bello pájaro que nunca vieron ya era de ellos.
»Pasaron los días y el pájaro parecía feliz en su nuevo hogar, hasta que un día escuchó el canto de otro pájaro de su especie y sintió deseos de ir con él. Al intentar salir de la jaula acabó haciéndose heridas en su cuerpo, la puerta estaba cerrada.
»El pájaro cada vez estaba más apenado. La alegría de los habitantes de la casa se tornó en tristeza al verle cómo perdía no sólo su brillo, sino que además, sus plumas iban cayendo sin remedio.
»El viejo sabio les preguntó si habían tenido en cuenta los deseos del pájaro. Ellos, sorprendidos, le comunicaron que ni se les había ocurrido que éste pudiera tener deseos.
¡Preguntadle! –exclamó.
»Así lo hicieron. El pájaro los miró y después observó la puerta de la jaula. »Comprendieron que quería que se la abrieran.
»Una mujer, con todo el dolor de su corazón, abrió la pequeña portezuela. Tras revolotear por la jaula, el pájaro se posó frente a la puerta y comenzó a volar. Sus alas, con sus pocas plumas, le llevaron ante su “ama”. Se posó en sus manos y le miró a los ojos. Los dos se “entendieron”.
»Un intenso brillo apareció en los ojos de ambos y las alas del pájaro resplandecieron con intensidad. Le crecieron al instante las plumas perdidas.
»Seguidamente emprendió un nuevo vuelo. Esta vez tras escuchar el canto de un pájaro que se posó al otro lado del jardín. Se fue hacia él y los dos desaparecieron en el horizonte… felices.
»Comprendieron y aceptaron que la vida es impermanencia y en ella vivimos siempre. No se puede retener ni aprisionar aquello que ha nacido para ser libre… como tu hijo.»
–¡Gracias, viejo amigo!
–De nada, Gloria.
Ángel Hache