Se conocían Clara y Francisco desde niños. No se relacionaban directamente aunque sus corazones latían fuertemente al cruzarse por las calles de Asís, pero aún no era el momento. Pasaron muchos años, tiempo de madurar y encontrar un lugar, un sentido y un por qué en el mundo que les tocó vivir. Francisco quería convertirse en un caballero, un noble… pero la nobleza no se gana con sangre. Vivió la sinrazón de la guerra y sus consecuencias. Y cuando ya se encontraba hundido, cuando todo estaba acabado para él, encerrado en una prisión, pidió al cielo un poco de luz. La luz llegó a él en forma de librillo. Un librillo prohibido escrito en su lengua: el evangelio. Se lo “bebió” y dejó que su ser se impregnara de su esencia. Comprendió la futilidad de su vida hasta ese instante.
Se dijo que… “hoy he vuelto a nacer”. Y así fue, el destino, su cambio interno, su alma, hizo que saliera con vida de las mazmorras que le comían día a día. Ya no era el mismo, sus amigos no le reconocían… sus ojos tenían un brillo que no era de este mundo. Habló con su padre, que no le comprendió, pues tenía bien claro qué quería para él… insistía en que fuera un noble a pesar de lo pasado. Pero el sueño de Francisco estaba bien lejos de tal propósito… Su vida sería un compromiso con la sencillez, la humildad y la entrega al fuego que se había encendido en su corazón. Su madre conectaba con él, aunque no le alcanzaba a comprender del todo… y le dejó hacer.
Piedra a piedra junto a los desarrapados, los despreciados, los parias, los más pobres, empezaron a reconstruir la iglesia de Cristo. Esa casa era sólo un símbolo de lo que él quería, no se aferraba a ninguna piedra, a ninguna imagen, sabía que sólo el cambio en los corazones era lo auténticamente necesario para entrar en la verdadera “casa” de Dios. Era una llamada de atención ante el cristianismo instituido y corrompido que rodeaba la vida de su ciudad y del resto de la cristiandad.
Clara no era ajena a estos sucesos. Los vivía en silencio y con gran alegría. Ella no dejaba de ayudar a quienes necesitaban alimento espiritual y físico, pero también sintió en su ser la “llamada”. Y Francisco tampoco era ajeno a los sentimientos de Clara. Ambos decidieron en su silencio crecer como auténticos amantes. Y su amor lo sublimaron convirtiéndolo en un fuego que quemaba toda impureza en sus almas. Supieron en sus carnes la realidad del Espíritu.
Y un buen día Clara le dijo a Francisco que ya estaba preparada para pasar por el umbral de la “Casa”. Él le dijo: “Bienvenida a tu casa, nuestra casa, la de todos. Nada poseemos, nada nos pertenece y aun así lo damos todo por nuestras hermanas y hermanos”. Sin más, ambos se unieron a los que poco a poco, como gotas de agua, estaban formando un hogar lleno de vida. No querían estructuras para sostenerse, les bastaba lo que cada día Dios les ofrecía… Otros no siguieron este camino de sencillez, mas a pesar de ello sentaron una base que aun hoy en día siguen escuchando corazones inquietos e insatisfechos, deseosos de amar por encima de todo, incluso de ellos mismos. Hoy están más vivos que nunca donde la llama sigue iluminando, en el corazón.
Ángel Hache