Hoy vi al anciano. Me miró y siguió su camino.
Muchas preguntas ruedan en mi cabeza: hacía bastante tiempo que no sabía de él, incluso llegué a pensar que no le volvería a ver más. Pero me equivoqué una vez más. Aquí estaba, en este mundo, como siempre se ha mostrado: un libro abierto y a la vez enigmático. Es fácil abrirlo, mas difícil que descubra sus tesoros a cualquiera.
Caminé unos pasos tras él. Los suyos eran firmes y lentos, como quien sabe su destino pero sin prisa por alcanzarlo. Intuyendo que le seguía, se paró en seco, me miró y me invitó a acompañarle. Aceleré hasta alcanzarle. Mi corazón latía con fuerza, pero no por el esfuerzo sino por lo que representa para mí su compañía.
Matusalén le llamo, aunque no sé su verdadero nombre. Siempre le he conocido siendo un anciano. Cuando digo este nombre, simplemente sonríe y sigue su disertación sobre cualquier tema que le pregunte, pero hay uno que, en especial, le gusta conversar: nuestro origen.
Hace tiempo le pregunté sobre el tema. Me informó que nuestro origen es múltiple, por un lado consecuencia de la evolución de las especies, por otro están involucrados seres provenientes de otros mundos físicos como el nuestro y, además entidades que denominó “espirituales”, aclarando que son pura energía. Me perdía con sus explicaciones y me remitía a que indagara en los viejos libros que han sobrevivido al tiempo, entre ellos “La Biblia”. Eso sí, leyéndolos con espíritu científico, extrayendo lo que hay escrito entre líneas. ¿Cómo iba a leer entre líneas? Él, me contestaba, que llegado el momento entendería.
–¿Cómo está tu vida ahora? –me dijo.
–Bien, –le contesté.
–¿Sólo bien? Pues no has avanzado mucho.
–¿Por qué me dices que no he avanzado mucho, acaso tendría que haber alcanzado alguna cumbre que desconozco?
–No se trata de ninguna cumbre. Tendrías que estar en crisis. Si me dices que estás bien es que te estás haciendo el “remolón”.
–Bueno, tal y como está la situación, no creo que pueda hacer más de lo que estoy haciendo. No hace falta que te lo detalle, sabes tú de mí más que yo mismo.
–No lo dudes, –me replicó riendo a carcajadas.
Inmediatamente se puso muy serio. Me desconcertaba una vez más y me hacía bajar las defensas.
–Ya sabes de mi compromiso contigo, con la Vida, pero hay veces en que uno no ve una senda a la que seguir sin tener duda alguna.
–¡Siempre pones peros! ¿No te das cuenta que la situación no requiere de “peros” sino de “síes”? Sí, a confiar en el ser humano. Sí, a la esperanza de lo que, en lo más profundo de tu ser, ya sabes que has alcanzado y, sólo te queda materializarlo. Sí, a recordar, no viejas glorias, sino que en ti se encuentra ya la fuente donde mana el agua para los que tienen verdadera sed. Bebe de ella cada vez que tu alma tenga necesidad.
–Soy humano, –le objeté–. Vivo entre dudas, miedos, esperanzas. Debe ser la atracción de la materia con la que estoy hecho que no quiere que tome otro rumbo lejos de ella.
–Es cierto que eres humano. De eso se trata: de ser auténticamente humano. Traer “humanidad” donde antes no había; proporcionar una cualidad consecuencia de la fusión de energías, aparentemente opuestas, que antes ambos carecían. Tú, eres hijo de la tierra, pero no olvides que también lo eres del “cielo”. Y ya sabes que no me refiero a ese cielo azul que ves cada día, sino al espíritu sin forma, al que ningún humano puede imaginar y, sin embargo, siente irremediablemente inherente a él. De él adquieres la fuerza que te impele a habitar mundos inertes; darlos calor y juntos “pintar” un cuadro fruto de vuestra imaginación y, sobre todo, lleno de amor: el que ambos sois capaces de generar.
Respiré profundamente, procurando que sus palabras quedaran bien grabadas en mí.
–Ahora, –continuó–, estáis en este mundo, no por casualidad, sino por un acuerdo libremente aceptado, “pintando” un cuadro, que aunque con algunos trazos imprecisos, sigue la imagen que ambas polaridades, habéis imaginado. Sabes que no está acabado, aún quedan muchas pinceladas, algún retoque. Mas lo que nunca has de olvidar es el amor que has de poner cada vez que pintas… Es lo que, en definitiva, os llevaréis cuando decidáis pintar un nuevo cuadro. Jovencito, es hora de que siga mi camino. Ya sabes dónde encontrarme cuando me necesites, y cuando no me necesites, también.
Nos levantamos ambos, nos miramos, sonreímos y seguimos nuestro camino en dirección opuesta… sin mirar atrás.
Recordé cómo es el cuadro cuando esté acabado. Me dije: “Sí, confío porque ya Es”.
Ángel Hache