Las palabras se las lleva el viento, su esencia permanece hasta que te liberas y ya nada te ata

A MIS HERMANOS



Al parecer me quedan “dos días” –me lo dijo un ángel–, no sé si es mucho o poco tiempo y, ya que no es posible un encuentro físico, quiero que sepáis que a pesar de lo vivido, mi alma sigue preguntándose por qué hemos llegado a esta situación de silencio y alejamiento.

Nacimos en el seno de una familia que se estaba construyendo sobre los escombros de una guerra civil. Crecimos con el hambre llamando a la puerta, nuestros padres hicieron lo que pudieron y supieron, ni tú ni yo tenemos capacidad para juzgarlos –tendríamos que estar en sus pieles para saberlo y no es el caso–. Posiblemente no hayamos cometido los mismos errores, ni acertado en lo que ellos sí supieron.


Me queda de la infancia impresiones, dejo a un lado los recuerdos –que de todo hay–. Viví durante ese tiempo, imagino que como los demás, como tú, en un mundo alejado de la realidad siempre que podíamos… En realidad no sé si nos apoyamos unos a otros por sentido familiar, o pura supervivencia, pues según crecíais ibais “desapareciendo”, quizás de la “quema” en busca de una felicidad que no habíais encontrado. El contacto siguió de un modo formal entre unos y otros, yo siempre creí que era sincero y no consecuencia de un automatismo que desconozco.

Crecí, como todos, en el momento oportuno, desperté de un sueño que a veces se convertía en pesadilla, enfrentándome a los mismos demonios que vosotros conocisteis. Quizás por eso asimilé rápidamente la crudeza de una realidad que nunca hubiera elegido libremente y me comprometí conmigo mismo en hacer lo posible para que desapareciera un mundo de oscuridad y miedo. Creí oportuno dejar un buen trabajo prometedor por la incertidumbre. Sentí la existencia de un Dios que llamaba a mi puerta. Le preguntaba y esperaba respuestas. Quería comprender por qué tanto sufrimiento, su causa. Un día subí a un tren entrando en el primer peldaño de mi madurez y me di de bruces con otra realidad, pronto me di cuenta que ese no era mi camino. ¿Rezar mientras el mundo tiene hambre? ¿Prepararme para ser un fiel ejecutor de quienes decían servir al amor y servían a sus propios intereses? No podía esperar a que llegara el paraíso o nos fuéramos a él. Volví a casa, pero ya no era el mismo y ninguno lo entendisteis, tampoco os preocupaba, estabais viviendo vuestras vidas, no es un reproche, yo vivía la mía. Aquí me di cuenta que éramos como muchos animales, que cuando se valen por sí mismos salen del nido para no volver ni recordar lazos pasados. Con una salvedad, si hay algo que podáis acaparar que no os pertenece entonces sí existe la familia, triste pero real, y no lo neguéis. Os creíais con el derecho de recuperar parte de lo que habíais aportado a la familia, eso os ha hecho y hace aún que os miréis con recelo. Dejé claro que no iba a participar en tal insensatez. Os vino bien, menos a repartir. Consideraba y aún lo siento así, que hay valores más importantes en la vida.
La revolución que necesitábamos, aun siendo consciente que era necesario un cambio interno, creí, ya no, que era necesario un “empuje” externo. Y volví a ver cara a cara un rostro humano, que aunque viejo, no conocía bien: la codicia, la ingratitud, la mentira, la soberbia, el egoísmo llevado a sus extremos. Nada vale más que una vida humana, ni el mejor pensamiento. Comprendí que el medio y el fin han de ser uno: sólo el amor llama al amor oculto en cada uno.

Por entonces nuestras vidas seguían su propia ruta. Supe de vosotros aunque no lo supierais. Siempre “la abuela”, puro corazón, se encargaba de ello. Con ella todo era un bálsamo de paz, un oasis entre tanto desierto… Separaciones, secretos no confesados… Nuestros demonios parece que seguían trabajando en cada uno aflorando cuando así sentían necesidad. Habéis criado hijos, algunos ya sois abuelos. Y cada uno a su modo, buscando la paz, una paz que no encontramos en nuestra niñez y que ha marcado nuestras vidas. He aprendido a no juzgar, ni siquiera a mí mismo, el perdón sincero es la mejor medicina que uno pueda darse. Somos consecuencia de tantas confluencias en el tiempo y el espacio que únicamente en nuestro silencio más honesto podremos ver con claridad en qué nos hemos convertido hoy; si seguimos los dictados de nuestra alma o no, sólo uno lo sabe.

Os llevo en mi alma, como siempre os he llevado  y sé, con seguridad, que nuestros caminos se volverán a cruzar una vez más. Nos daremos otra oportunidad para curar viejas heridas. Elegiré no recordar, quiénes fuisteis, quién fui, pues mi mayor deseo es sentirnos amantes de un momento que supere a todos. Sentir que hay algo en vosotros, en mí, que nos hará reír a carcajadas y, por fin, ir de la mano como debimos hacer un tiempo atrás.

Y, ahora, como dijo el místico: “Muero porque no muero”.

P.D. ¡Nos vemos un día de estos, cuando así lo decidamos!



 Ángel Hache

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