Sentados a la mesa, mi madre nos miraba queriendo sonreír mas no pudo.
Sin decir una sola palabra posó el puchero, un cazo colmado de caldo se paseó entre los platos dejando caer unas pocas lentejas.
A cada uno de mis hermanos le ofreció un pedazo de pan.
Nos miramos sin atrevernos a decir palabra, pero me decidí:
–¡Mamá!, ¿por qué tan poca comida?
–Vuestro padre salió a buscar trabajo y comida, todavía no ha vuelto y es todo cuanto tenemos.
–¡Mamá, pero si papá está trabajando!
–Le despidieron tras duros años de trabajo. Seis meses sin cobrar su sueldo y se han acabado todos los ahorros. Ni siquiera podemos pagar la hipoteca de esta sencilla casa. Sale todos los días a la misma hora para que no os deis cuenta y porque se hunde si se queda en casa.
–¿Nos van a echar a la calle como a los vecinos?
–Espero que no, que ocurra un milagro.
«¿Un milagro? –respondí–. Soy aun joven, pero me doy cuenta de lo que pasa: que hay unos pocos que no les basta con lo suyo, sino que quieren más y más, su ambición no tiene fin. Les han quitado todo a los vecinos y ahora vienen a por lo nuestro. Pero, ¿no hay casas para todos, comida para todos, trabajo para todos? ¿No hay suficiente tierra para trabajarla y que de alimentos para saciar nuestra hambre? ¿Por qué los ricos tienen todo y nosotros nada? ¿Por qué si muchos como papá son los que trabajan, el dinero se lo llevan unos pocos que nada producen? ¿Les debemos algo…, la vida acaso? ¿No hemos nacidos todos siendo iguales según las leyes humanas, no dice lo mismo la religión que tanto pregonan? Nos engañan, mamá, nos engañan.
»Mamá, estoy cansado de verte llorar cuando te encierras en la habitación. Harto de ver cómo llega abatido papá estos días. Cansado de ver viviendo a la intemperie a tanta gente que ha perdido su hogar, a gente a la que conozco y aprecio. Pero, ¿es que no tienen corazón quienes pueden arreglar esto? He escuchado que son “ellos” los que han creado esta situación porque no tienen alma, en sus mentes solamente hay dinero, dinero y más dinero. Son unos infelices que nos están arrastrando a su precipicio.
»¿Un milagro, mamá? El milagro es que recuperemos la dignidad. El milagro es que recuperemos nuestra voluntad. Se las hemos regalado porque nos sentimos incapaces de administrar, dirigir nuestras vidas; incapaces de pensar, acomplejados porque no tenemos títulos, ni “nobleza”. Se las hemos regalado porque llevan siglos contándonos el mismo cuento: “La vida es así, hay que resignarse”; “Siempre habrá ricos y pobres”; “En el paraíso nos espera la auténtica felicidad”. Y mientras tanto vivimos humillados, temiendo qué nos deparará el día de mañana, si tendremos o no suficiente comida.
»Mamá, ya no somos niños a los que llevar de la mano a los que no se les pregunta nada importante. Hemos crecido, madurados en silencio, pero ya es hora de decir ¡basta!, ¡nadie es más que nadie! Por perder, hemos perdido hasta el miedo.
»Este es el milagro: sé que soy dueño de mi persona. Mi voluntad y dignidad ni se compra ni se vende. Mamá, no viviré arrodillado como tú y papá, agradecido por un pedazo de pan. Somos muchos, cada día más los que despertamos de una pesadilla.»
Mi madre rompió a llorar, por primera vez en su vida ante todos. Entre sollozos me dijo: “Gracias hijo”.
Ángel Hache