Viajó por el mundo: India, China, Tíbet, Egipto, Perú, Grecia… y allá donde alguna cultura milenaria había dejado su legado.
Tenía una peculiaridad: siempre preguntaba por los “maestros”. Y cuando algún seguidor, discípulo, buscador… de cualquier sabiduría, le indicaba dónde encontrarlo, se alejaba compungida diciéndose “no puede ser, el maestro que yo busco está muerto, pues si está vivo no es un verdadero maestro”.
Tras dar varias vueltas al globo acabó sus días encerrado en su vieja casona, releyendo una y otra vez, sin comprender, la rica biblioteca que había acumulado.