Las palabras se las lleva el viento, su esencia permanece hasta que te liberas y ya nada te ata

AL FINAL DE LA VIDA



Me he preguntado infinidad de veces qué hay tras el final de la vida, sí, cuando un cuerpo da su último hálito vital.
La primera vez fue cuando, sin saberlo, fui a visitar a mis abuelos que vivían a escasos metros de la casa de mis padres, apenas tenía doce años. Entré y tras unos tímidos pasos me encontré de cara con la muerte: mi abuelo estaba tendido sobre la cama, su piel blanquecina y un silencio sepulcral entre quienes estaban allí me dieron la respuesta a una pregunta que ni siquiera llegué a plantearme… ¿qué estaba pasando?
No cayó ni una lágrima de mi rostro, no podía. Esa noche de primavera, en silencio, en mi cama, lloré sin contención. Nadie se enteró. Ese día me marcó profundamente.
Hoy sigo haciéndome la misma pregunta. Han ocurrido tantas vivencias que me han traído y llevado por los extremos del pensamiento racional. La razón me dicta una lógica, mi corazón otra. No tengo, llegado a este momento de mi existencia, ninguna prueba ni a favor ni en contra. Los testimonios, las experiencias, parece que el tiempo las ha ido borrando y ahora sólo tengo sensaciones y llego a preguntarme si todo no es más que un largo sueño en medio de una aparente realidad a la que no puedo aferrarme. Todo se desvanece y sólo quedo yo, o lo que creo ser, viendo cómo los días vienen y van. Y un día me tocará encontrarme con ese instante, temido, deseado, odiado y hasta amado, en que tú, parca, y yo, nos veremos las caras.

Quizás me encuentre con la luz, o con la oscuridad. Puede que el último pensamiento estalle y se disuelva en la nada, o sea creador de un mundo en que pueda respirar por primera vez, como un recién nacido, dar los primeros pasos asombrado observando cuanto suceda a mi alrededor. Ocurra lo que ocurra, mi paso por este mundo no habrá sido en vano, pues me alegraré de ser el abono del que se nutra una brizna de hierba. Unos ojos, no importa de quien, se maravillarán ante ésta y quizás un pensamiento nazca en su ser: ¿qué hay  tras el final de la vida? Puede que encuentre la respuesta, o puede que, simplemente, camine disfrutando de la Vida.


Ángel Hache

EN LA BOCA DEL LOBO



Soy curioso. Me gusta asomarme a la ventana, mirar el horizonte y cuestionarme si hay algo más allá de éste. Así que suelo saltar por la ventana, aunque hay una puerta que suele ser más cómoda para salir de casa, serán los genes o quién sabe.
Cuando emprendo la ruta sin marcar de antemano me encuentro que hay bifurcaciones, preguntas que me hago y aparentemente me desvían del destino marcado… ¿o quizás es este el verdadero destino? Ni sé ni quiero saber.
Resulta que, aunque con recelo, me acerco a callejones oscuros a ver qué hay en ellos. Silenciosos, enigmáticos, inquietantes… Me gusta el peligro, desobedecer las señales de prohibición, los avisos de ¡cuidado!
Sé que me meteré en problemas, posiblemente innecesarios. La verdad es que ya me ha ocurrido, no una, sino infinidad de veces. Y me preguntaba, y aún lo hago, si merece la pena salirse de la línea marcada. Si no fuera por estas decisiones, hoy no sería quien soy. Y no me refiero a un nombre, sino a alguien que siente que merece la pena vivir, a pesar de todos los sinsabores del camino emprendido el día que decidí salir por la ventana por primera vez.
Me he metido “en la boca del lobo” sabiendo que saldría malherido, tocado y posiblemente hundido. He seguido mi intuición, las señales que sentía que me decían “por aquí”. ¿Eran verdaderas señales o mi ego que quería inflarse? Mi ignorancia de la vida es mi motor. Normalmente, tiempo después, he descubierto quién me movía en unas y otras ocasiones, qué señales eran auténticas y cuales no. Y descubrí que todas partían de una misma fuente, que no había ninguna dualidad. Que al otro lado del horizonte, en los callejones, en la boca del lobo…, en la luz y en la oscuridad e incluso en la tranquilidad del hogar, la respuesta estaba ahí, siempre ante mí donde quiera que me hallara.
Hay quienes pregonan que somos corderos a merced de lobos hambrientos, que hay que convertirse en lobo. Lo siento, me niego, como me niego a dejar que el destino marque mi vida. Seguiré marcando mis días y mis noches, mis mejores y peores momentos. Seguiré metiéndome en la boca del lobo, no para salvar a nada ni a nadie, sino para terminar de conocer al enemigo que vive dentro de mí mimetizado en el lobo hambriento que tengo delante.
Considero que no hay errores en las decisiones tomadas, todas nos acaban trayendo las respuestas a las preguntas que nos hacemos  lo largo de nuestra vida.

Ángel Hache


EL SILENCIO QUE UNE LAS PALABRAS



Frente a mí la secuencia de todos mis sueños y lo acontecido en la vigilia de mis días. Todo en un presente donde convivían sin mezclarse vivencias. Es como si lo experimentaran diferentes yoes a la vez, los que fui dejando atrás, según iban pasando los años vividos. Me preguntaba si realmente había hecho todo aquello. No me identificaba con muchos de ellos, mas era yo, no había ninguna duda. Mis diferentes cuerpos, pues así lo sentía, daban fe de ello. No sólo habían cambiado éstos, sino mi forma de ver, encarar, comprender, la vida. Y junto a todos los acontecimientos, aunque lo viví aparte -así lo percibí-, las ilusiones, los deseos irrealizados y los que pudieron ser si yo hubiera dicho “sí”  a lo que se me “regalaba”. Todo un mundo de placeres,  poder y gloria serían míos si… 
Las piedras que ante mí se  encontraban cobraban vida, me hablaban, e incluso me manifestaban que les ordenara lo que quisiera, ellas lo harían de buen grado. Los árboles mecidos por la brisa, susurraban su subordinación ante quien consideraban su rey. 
No, no podía ser real. Nada de lo que estaba viviendo podría serlo -me decía en silencio-, cuando, ante mí, reflejado cual espejo, sobre el agua de una pequeña charca, vi a alguien. Me asusté. Era otro yo, fue tomando forma humana, pero un yo con un gesto con el que no me reconocía: sonrisa burlona, gesto altivo y mirada penetrante, tanto que comencé a temblar. Me dijo: “Soy tú, el que has creado a través de tu vida, la consecuencia de todas tus experiencias, tus sentimientos ocultos, anhelos, frustraciones. Soy quien te ofrece en bandeja de plata este mundo en el que vives. Todo cuanto desees son órdenes para mí. Sólo has de permanecer aquí para siempre. Renacerás una y otra vez en cuerpos cada vez más perfectos, serás sabio entre los sabios, construirás lo que en tus sueños has visto, todo con sólo decir ‘sí, quiero’ ”.
Me sentí mareado. ¡Sí! ¡Sí! Escuchaba una y otra vez, con una cadencia que me atormentaba. 
¿Era esto un sueño más?
La negrura más absoluta cayó sobre mí, como una espesa niebla. Silencio. Un silencio aún más tenebroso llenaba el espacio, si es que era éste un lugar. No sabía qué podría ocurrirme después… Hasta que, cansado, me dejé caer desplomado, o eso creí… Vi mi propio cuerpo tendido, inerte, sin vida. Me acerqué a él y comprobé que no había el mínimo atisbo de vida. Mis mejillas se convirtieron en el canal por el que descendían mis lágrimas. Tanto tiempo juntos y ahora estaba solo, sin un punto de apoyo, sin nada a qué asirme. 
Todos mis yoes se disolvieron, absorbidos por una espiral a la que no veía final. Y con ellos, mis sueños, deseos, vivencias, dolores, alegrías. Todo cuanto había construido durante tanto tiempo, ahora se alejaba. ¿Qué quedaba de mí? Ni siquiera observaba en mí ninguna vislumbre de forma, ni manos, ni pies, ¡nada! Y sin embargo podía pensar. De algún modo existía.
¿Había dicho “sí”, acaso? No, aún no salió nada de mis entrañas, o lo que creía que podrían serlo.
En un instante, no sé cómo, dije “no”. Todo aquello era una ilusión. Me revelé. Lo que de verdad me mantenía vivo era el amor que fui capaz de ofrecer a cambio de nada. Éste no había sido llevado por la espiral, estaba conmigo y supe que yo era el amor que había construido a lo largo de las edades; eran unos “ladrillos” sin forma, ni consistencia alguna. Era el silencio que une las palabras, etéreo e intangible… 
Miré a mi alrededor, un hombre y una mujer unían sus cuerpos en una danza sin fin, de tal modo que sus formas se fundieron en una sola. Yo, sin saber cómo, me uní con ellos y en ellos. Por un momento la oscuridad y la luz dejaron de ser tales: “el silencio que une las palabras” se hizo carne una vez más. 

Nueve meses más tarde, fruto del amor, pude ver mis pies y manos una vez más. Esta vez dije “sí” sin dudarlo. Sí a la vida, al amor. No a la ilusión.

A. Hache

POSESIÓN DE LA VERDAD



Cuando creo que ya tengo una base sólida, pilares bajo tierra a gran profundidad, sucede que la tierra no es estable, que tiene vida y se niega a paralizarse, a estar “muerta en vida”.
Si pretendo asir, atar, encadenar, un solo instante, vano intento; un acontecimiento, puede que aparentemente vanal, me “dirá” lo equivocado que estoy. 
La base se desmorona una vez más, no para destruirme, sino para que crezca,
que me desprenda de lo que inmoviliza mi ser.
Los dioses de barro que me mantenían en pie desaparecen, secándose y convirtiéndose en arenisca, como un mándala tibetano, que un ligero viento se llevará lejos de mí.
¿Dioses, para qué?
La verdad que me sostenía ya no está,  ahora no es nada en mi vida.
Nada poseo, ni la ignorancia, ni la verdad. ¿Para qué? 
Ahora, simplemente, soy.

A. Hache

UNA OLA LLEGA




En un mar que se agita a su libre albedrío,
intento tras intento,
nado,
unas veces a favor y otras contracorriente.
Las olas vienen,
no sé su procedencia ni su destino,
simplemente fluyen,
¿es necesario saber más?
Así,
día a día,
mi cuerpo,
mi alma,
aprende y olvida. 
Una ola llega,
me voy con ella…
donde me quiera llevar.


Ángel Hache


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