Las palabras se las lleva el viento, su esencia permanece hasta que te liberas y ya nada te ata

TRAS LA MUERTE… ¡ESTOY VIVO!



Una trombosis le llevó al hospital, a los pocos días otra le acabó paralizando todo el cuerpo. Sólo sus ojos podían hablar. Así pasaban los días sin ninguna mejora. Sus hijos repartidos por el mundo se enteraron de modo distinto de su situación. Una hija en particular, María, no necesitó una llamada telefónica: él, su padre, apareció ante ella cuando se encontraba en el salón, lejos de asustarse se acercó a él…, entonces desapareció ante su vista. Ella supo que algo grave pasaba a unos miles de kilómetros.

Esperamos la llegada al hospital de varios hijos, entre ellos María. La situación era estable dentro de la gravedad, aunque en cualquier momento se podría producir un cambio no deseado.

La muerte no es igualmente entendida, asimilada, aceptada por todos. Para unos es un final, para otros queda la esperanza de una nueva vida aun sin saber cómo se produce ésta. Estos pensamientos rondaban en la mente de más de uno, también las vivencias del pasado en común. Demasiados sentimientos se estaban acumulando haciendo que las lágrimas cayeran en silencio… Llega la noche, un “Hasta mañana” se escucha…

Nos quedamos dos con él, como otra de tantas y tantas noches, acompañándole. El calor de una mano se unía a otra. Qué se puede decir cuando habla el corazón… Nada. Sólo sentir y aceptar. Cuando los pasillos están vacíos, las habitaciones habitadas por mundos dentro de un mundo mayor, el silencio de adueña de todo y de todos. Pasan los minutos, las horas… ¡Cuánto da de sí la mente hasta que ésta también se aquieta!

Una fuerte respiración nos saca del sopor. Todo el cuerpo entra en alerta máxima preguntándose: ¿qué va a ocurrir? Sus ojos nos miran queriendo decir tantas y tantas cosas… No era necesario. Tres corazones empezaban a latir al unísono hasta que uno de ellos cambió el ritmo lentamente. Se fue apagando hasta que dejó de latir. Las manos seguían entrelazadas. “No estás solo” –decían.

Y no, no estaba solo. Sabía su alma qué debía hacer: recorrió los kilómetros que le separaban de sus otros hijos que en ese momento descansaban preparándose para un nuevo día. Ella, María, despierta, nuevamente vio a su padre ante ella. No necesitó palabras, sus miradas se cruzaron diciéndolo todo. Supo que su alma había abandonado definitivamente el cuerpo que tantos años le sirvió de posada. Con su presencia le había dejado el mejor de los mensajes: “Estoy vivo”.

Un instante después llamo por teléfono para comunicar lo sucedido. Cada alma, cada ser, supo que no era por azar lo que estaba pasando. Cada uno aprendimos ese día algo que nunca olvidaremos.

Quizás la duda, el miedo, vuelva a surgir de muchas maneras ante la pregunta: ¿qué hay tras la muerte? No pretendo nada más que dar un testimonio real, que seguro no te dejará indiferente.

Ángel Hache

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