Las palabras se las lleva el viento, su esencia permanece hasta que te liberas y ya nada te ata

EL RÍO



Le preguntó el discípulo al maestro: “¿Cuándo alcanzaré tu sabiduría? Ambos hemos nacido a la vez, vivido en la misma aldea, andado las mismas sendas, abandonado una vida placentera a cambio de convertirnos en mendigos. ¿Dónde me quedé rezagado?”

El maestro le contestó: “No soy tu maestro. Soy, como tú, un viajero, un peregrino, en busca de la verdad. Es cierto que nuestras vidas han sido paralelas. Los dos decidimos el mismo día salir rumbo a lo desconocido. Hemos escuchado las enseñanzas de Buda en boca de grandes hombres y practicado éstas según nuestra comprensión durante años. Siempre me has visto como a un hermano mayor. Te he tendido la mano cuando flaqueabas. En la enfermedad te he cuidado. Abrigado cuando tenías frío. En cierto modo me he hecho responsable de ti. Todo ello me ha enseñado que la práctica budista está siempre ante nosotros, a nuestra disposición. Tú sí has sido un verdadero maestro para mí. No estoy ni un paso por delante de ti, ambos somos las dos orillas de un mismo río: desde un lado queremos llegar al otro, cuando la liberación, la iluminación, es convertirse en el mismo río. Esto es lo que me has enseñado: tú y yo somos un solo ser con dos ojos para ver”.


Ángel Hache

VIENTO



¿Dónde estás humanidad?
¿Dónde los perros sin rabo?
¿Dónde los niños con infancia robada?
¿Dónde los justos con maletín y corbata?
¿Dónde mi padre y madre, enterrados en vida?
¿Dónde estás alma desgarrada?

Antes del alba te levantas maquinalmente,
un día y otro también.
Vas y vienes, vienes y vas.
Comienzas adolescente y acabas con el pelo cano,
un día y otro también.
Yendo y viniendo sin saber por qué.

Un día la parca llama a tu puerta,
no te levantas.
No por vaguedad.
Tu cuerpo enjuto, gastado, no puede más.
¡Empuja! ¡Abierta está!
¡Pasa hermana muerte y llévame al más allá,
donde encuentre una hogaza y un poco de paz!

¿Dónde estás humanidad? 
Te perdí la pista en la pubertad
cuando supe que mi sangre me la robaban sin más.
¿Cuál mi delito?
¿Nacer paria y crecer esclavo en el más acá?
Esclavo, paria… ¡Qué más da!
Tus palabras ya no me dañan.
¿Y tú quién eres, mi dueño?
¡Iluso!
Soy libre.
Viento sin cuerpo ni alma.
Voy de allá para acá.
Y tú, dueño de nada,
anclado con monedas de oro y nada más.
¡Adiós! 
¡Hasta nunca!
Me voy, 
tú te quedas acá,
en este reino de humo,
ilusión…
y nada más.


Ángel Hache


CAMPO DE SUEÑOS



Hay días que se quedan grabados, que nunca se olvidan, y de ellos los que, curiosamente, una cifra se repite una y otra vez. Hoy es uno de estos últimos. Me alegro que esté trascurriendo con normalidad, puede que los duendes ya se hayan cansado y todo quedó en el pasado. Recuerdo algunos de ellos, parecen tan lejanos… Quizás capté el mensaje subliminal y haya pasado a otra etapa, una en que la vida trascurra con cierta calma.
A veces me pregunto si fueron reales, porque sólo están en mi mente, nada de ellos puedo aprehender, traer al presente. Claro, que, lo que viví ayer mismo ya no está, y sin embargo, tanto éste como todos mis días han ido construyendo como granos de arena, la duna en que me he convertido, y como tal, estoy a merced de los vientos. Vientos que soplan al ritmo que mi alma impele. Pasaron los tiempos en que eran otros soplos los que conformaban mi efigie, empujado por lo que llamaba “destino” o el azar…

POESÍA ENCADENADA




De pequeño, cuando la inocencia me alimentaba más que el pan con aceite, me levantaba contento sin que hubiera más motivo que abrir los ojos con los primeros rayos del sol. Un vaso de leche con cacao, unas galletas…, y listo para salir a la escuela dispuesto a aprender algo nuevo, importante, que alimentara mi alma inquieta.
Recuerdo la mejor enseñanza de mis profesores, no lo que estaba escrito en tinta negra, sino el amor que brotaba en ellos al desentrañar entusiasmados los misterios de la vida: cómo el átomo se abre de par en par, el vuelo anual de las cigüeñas de retorno al nido que les vio nacer, los viajes de aventureros dando la vuelta al mundo, las entrañas del cuerpo humano, la diversidad de culturas, razas y animales que habitan el planeta… ¡Tanto por descubrir! Sotero, Eduardo, Bernardo, María, Cristina… Algunos de sus nombres que siguen en mi memoria como si fuera ayer. ¡Gracias!
Una inquietud se manifestaba sin cesar y de la que no podía librarme: ¿quién soy?..., me preguntaba. Me sentaba, dejando que las horas pasaran sin percibirlo, sobre una piedra de granito, tallada por las manos gastadas de un anónimo picapedrero, cuyo fin era el bordillo de una carretera y acabó siendo el banco de ancianos y niños. Miraba al cielo esperando respuestas, mas éstas no llegaban. Silencio, apartados mis sentidos de la realidad contigua. Únicamente veía al Sol desaparecer en el horizonte acompañado poco después del lucero de la tarde. La noche no tardaba en llegar y una voz reconocida de mujer, tras una ventana del tercer piso, me sacaba de mi sopor… Hora de volver, el mundo de los sueños esperaba mi llegada.
Hay veces que teniendo la evidencia ante nosotros somos incapaces de percibirla, por su cotidianidad. No, aún no era el momento.
Llega la adolescencia y con ella muchos cambios que se superponían unos a otros. Un mundo dentro de otro mundo estaba oculto esperando las primeras luces del alba. Y éste se mostró, abriendo algunos de sus pétalos como una flor, irremediablemente,  unas veces con sacudidas violentas y en ocasiones con ternura arrebatadora.
No sabía quién era aún y me fijé en ti, flor anónima, quise conocerte sin saber de tu presencia hasta que escuché tu delicada voz de adolescente pronunciando mi nombre… Otra vez desde una ventana… ¿Quién te lo dijo?
Me olvidé de mi existencia, sólo tú llenabas el vacío que arrastraba mi joven alma. El tiempo no me importaba, ni las hojas brotando de las ramas de los chopos, ni la lluvia primaveral mojando mi cuerpo, sólo tú… Sin saberlo tenías la respuesta a lo que, en esos momentos era, para mí, una nimiedad. Otra vez tenía la evidencia ante mí y no supe verla. Tampoco era el momento…
Tiempos convulsos, cimentando  una identidad que buscaba su lugar en el mundo. Intenté encajar allá donde mis pies me llevaban, sin éxito. No encontraba lugar de reposo, ni para mi cuerpo cansado ni para mi alma indagadora.
Otra vez, un encuentro, ¿fortuito?, hizo que te viera a ti, con otro rostro, otro nombre, en otro tiempo. Esta vez no dijiste mi nombre, ni estabas tras una ventana… Esperabas sentada, en el interior de la Tierra, sobre un banco de piedra, a alguien. No olvidé mi pregunta de la infancia, ni mi existencia, al contrario, todos mis sentidos estaban más alerta que nunca. Otro mundo, hasta ahora desconocido, comenzaba a mostrarse…; nuevamente, como una flor revelaba los secretos que ocultaban sus pétalos más íntimos.
Ahora, comenzaba a encajar las piezas que años atrás eran sólo “casualidades del destino”. Lo que fui viviendo desde la infancia era la respuesta, palabras que no supe, entonces, escuchar ni entender, pronunciadas desde la ventana de lo más profundo de mi alma. Tuve que “unificar el tiempo”, condensarlo, para que, juntas, las palabras, fueran un mensaje de poesía encadenada escrita colmada de sentido.

Ahora es el momento…

¿Quién soy?
Soy todas las palabras,
increadas,
manifestadas…,
eternas.
Soy yo en ti.
Eres tú en mí.
Yo soy la Vida.
Poesía encadenada.



Ángel Hache

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