Las palabras se las lleva el viento, su esencia permanece hasta que te liberas y ya nada te ata

EL SILENCIO QUE UNE LAS PALABRAS



Frente a mí la secuencia de todos mis sueños y lo acontecido en la vigilia de mis días. Todo en un presente donde convivían sin mezclarse vivencias. Es como si lo experimentaran diferentes yoes a la vez, los que fui dejando atrás, según iban pasando los años vividos. Me preguntaba si realmente había hecho todo aquello. No me identificaba con muchos de ellos, mas era yo, no había ninguna duda. Mis diferentes cuerpos, pues así lo sentía, daban fe de ello. No sólo habían cambiado éstos, sino mi forma de ver, encarar, comprender, la vida. Y junto a todos los acontecimientos, aunque lo viví aparte -así lo percibí-, las ilusiones, los deseos irrealizados y los que pudieron ser si yo hubiera dicho “sí”  a lo que se me “regalaba”. Todo un mundo de placeres,  poder y gloria serían míos si… 
Las piedras que ante mí se  encontraban cobraban vida, me hablaban, e incluso me manifestaban que les ordenara lo que quisiera, ellas lo harían de buen grado. Los árboles mecidos por la brisa, susurraban su subordinación ante quien consideraban su rey. 
No, no podía ser real. Nada de lo que estaba viviendo podría serlo -me decía en silencio-, cuando, ante mí, reflejado cual espejo, sobre el agua de una pequeña charca, vi a alguien. Me asusté. Era otro yo, fue tomando forma humana, pero un yo con un gesto con el que no me reconocía: sonrisa burlona, gesto altivo y mirada penetrante, tanto que comencé a temblar. Me dijo: “Soy tú, el que has creado a través de tu vida, la consecuencia de todas tus experiencias, tus sentimientos ocultos, anhelos, frustraciones. Soy quien te ofrece en bandeja de plata este mundo en el que vives. Todo cuanto desees son órdenes para mí. Sólo has de permanecer aquí para siempre. Renacerás una y otra vez en cuerpos cada vez más perfectos, serás sabio entre los sabios, construirás lo que en tus sueños has visto, todo con sólo decir ‘sí, quiero’ ”.
Me sentí mareado. ¡Sí! ¡Sí! Escuchaba una y otra vez, con una cadencia que me atormentaba. 
¿Era esto un sueño más?
La negrura más absoluta cayó sobre mí, como una espesa niebla. Silencio. Un silencio aún más tenebroso llenaba el espacio, si es que era éste un lugar. No sabía qué podría ocurrirme después… Hasta que, cansado, me dejé caer desplomado, o eso creí… Vi mi propio cuerpo tendido, inerte, sin vida. Me acerqué a él y comprobé que no había el mínimo atisbo de vida. Mis mejillas se convirtieron en el canal por el que descendían mis lágrimas. Tanto tiempo juntos y ahora estaba solo, sin un punto de apoyo, sin nada a qué asirme. 
Todos mis yoes se disolvieron, absorbidos por una espiral a la que no veía final. Y con ellos, mis sueños, deseos, vivencias, dolores, alegrías. Todo cuanto había construido durante tanto tiempo, ahora se alejaba. ¿Qué quedaba de mí? Ni siquiera observaba en mí ninguna vislumbre de forma, ni manos, ni pies, ¡nada! Y sin embargo podía pensar. De algún modo existía.
¿Había dicho “sí”, acaso? No, aún no salió nada de mis entrañas, o lo que creía que podrían serlo.
En un instante, no sé cómo, dije “no”. Todo aquello era una ilusión. Me revelé. Lo que de verdad me mantenía vivo era el amor que fui capaz de ofrecer a cambio de nada. Éste no había sido llevado por la espiral, estaba conmigo y supe que yo era el amor que había construido a lo largo de las edades; eran unos “ladrillos” sin forma, ni consistencia alguna. Era el silencio que une las palabras, etéreo e intangible… 
Miré a mi alrededor, un hombre y una mujer unían sus cuerpos en una danza sin fin, de tal modo que sus formas se fundieron en una sola. Yo, sin saber cómo, me uní con ellos y en ellos. Por un momento la oscuridad y la luz dejaron de ser tales: “el silencio que une las palabras” se hizo carne una vez más. 

Nueve meses más tarde, fruto del amor, pude ver mis pies y manos una vez más. Esta vez dije “sí” sin dudarlo. Sí a la vida, al amor. No a la ilusión.

A. Hache

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